Peregrinos de fe y esperanza - Alfa y Omega

Peregrinos de fe y esperanza

Un caminar de fe y esperanza: así titula el cardenal arzobispo de Madrid su Carta pastoral con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebra este domingo 20 de enero. Ese mismo día, presidirá la Misa en la catedral de la Almudena, a las 10:30 horas, y será retransmitida por La 2 de TVE. Dice en su Carta:

Antonio María Rouco Varela
Una familia de inmigrantes iberoamericanos en la Misa de las Familias, el pasado 30 de diciembre, en la madrileña Plaza de Colón.

La Jornada Mundial de las Migraciones, el próximo domingo 20 de enero, nos invita, en el marco de la Misión Madrid, a dejar resonar en nuestro corazón las palabras de san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9, 16). La experiencia de Jesucristo nos anima a salir al encuentro, con el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas, de las personas inmigrantes y sus familias, a quienes la crisis golpea más gravemente. Es esencial para ofrecerles la acogida que esperan de nosotros. Arraigados y edificados en Cristo, estamos llamados a hacer visible y perceptible el proyecto de Dios: invitar a todos los hombres, sin excepción o exclusión alguna, a la comunión con Dios que nos abre la puerta de la fe.

El Papa ha recordado que, en el corazón de muchísimos trabajadores inmigrantes, «fe y esperanza forman un binomio inseparable, puesto que en ellos anida el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la desesperación de un futuro imposible de construir. Al mismo tiempo, el viaje de muchos está animado por la profunda confianza de que Dios no abandona a sus criaturas, y este consuelo hace que sean más soportables las heridas del desarraigo y la separación, tal vez con la oculta esperanza de un futuro regreso a la tierra de origen. Fe y esperanza, por lo tanto, conforman a menudo el equipaje de aquellos que emigran, conscientes de que, con ellas, podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino».

Nuestra Iglesia diocesana ha de tener en cuenta que las personas que, por motivos diversos, viven la experiencia de la migración han sufrido un profundo cambio cultural con el desplazamiento geográfico, la transferencia de un mundo rural a un mundo urbano y al sector industrial o de servicios. Esta realidad pone de relieve nuestro deber de ayudar a que la fe no se quede en un simple recuerdo para el inmigrante: necesita imperiosamente cultivarla para, con su luz, leer su nueva historia desde la misma fe. Es el mejor servicio que les podemos prestar. Han venido en búsqueda de unos medios de vida y del reconocimiento de su dignidad de personas, atraídos por nuestro bienestar y, también, porque necesitamos su trabajo.

De aquí resulta una evidencia pastoral: el compromiso de nuestras comunidades cristianas con los inmigrantes no puede reducirse simplemente a organizar unas estructuras de acogida y solidaridad, por muy generosas que sean. Prioridad de nuestras comunidades será favorecer el desarrollo de su personalidad cristiana, esto es, de su fe y esperanza, a fin de cultivar el encuentro y amistad con Cristo. Nada hay más bello y fecundo.

Constructores de unidad integradora

En una sociedad cada vez más intercultural y multiétnica, como es nuestro Madrid, nos encontramos con nuevas problemáticas, no sólo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Este cúmulo de circunstancias reclama de nuestras comunidades parroquiales una mayor imaginación pastoral. Inmigrantes y madrileños estamos llamados a propiciar el reconocimiento del otro en su identidad y en su diferencia, a descubrir en las personas de orígenes y culturas diferentes la obra de Dios. La Iglesia es una familia y no podemos considerarnos ajenos los unos de los otros. Estamos llamados a desarrollar una convivencia verdaderamente humana basada en la fraternidad.

Urge vivir la catolicidad no sólo en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al inmigrante, sea cual sea su raza, cultura y religión, rechazando toda exclusión o discriminación, respetando y promoviendo los derechos inalienables de las personas y pueblos.

No se puede olvidar que la Iglesia reconoce a todo hombre el derecho a emigrar, en el doble aspecto de la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida. Aunque antes incluso que el derecho a emigrar, hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a que no falten las condiciones objetivamente válidas para permanecer con dignidad en la propia tierra. Es un derecho primario del hombre vivir en su propia patria.

En la actual situación socioeconómica, los flujos migratorios deben ser regulados en el respeto de los derechos fundamentales y del bien común, porque una aplicación indiscriminada del derecho a emigrar y la consiguiente inserción en la economía sumergida ocasionarían daño y perjuicio al bien común de las comunidades de acogida y de los mismos inmigrantes. Esto exige que no se ceda a la indiferencia sobre los valores humanos universales, sin dejar de cuidar el patrimonio cultural propio. Todos hemos de colaborar en el crecimiento de una actitud madura de la acogida, que, teniendo en cuenta la igual dignidad de cada persona y la obligada solidaridad con los más débiles, exige que se reconozca a todo migrante los derechos fundamentales y que se procure una definición de un plan de integración, que garantice la equiparación en derechos y deberes; y la posibilidad de participación en el proyecto común de la sociedad.

En este Año de la fe y de la Misión Madrid, reitero mi invitación a ser testigos del Evangelio y artífices de paz. Que el Señor, por intercesión de Santa María, la Virgen de la Almudena, nos sostenga en el camino emprendido.

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