Pedro, el pescador
De forma genérica, todos los obispos son sucesores de los apóstoles y custodios de la doctrina recibida de Jesucristo, pero sólo uno sucede a un apóstol concreto. Desde los inicios del cristianismo, el obispo de Roma es reconocido como cabeza de la Iglesia en cuanto que sucesor de san Pedro, a quien Benedicto XVI dedicó una bella catequesis, el 17 de mayo de 2006. Decía, entre otras cosas:
Simón, hijo de Juan, era de Betsaida, una localidad situada al este del mar de Galilea, de la que procedía también Felipe y, naturalmente, Andrés, hermano de Simón. Al hablar se le notaba el acento galileo. También él, como su hermano, era pescador: con la familia de Zebedeo, padre de Santiago y Juan, dirigía una pequeña empresa de pesca en el lago de Genesaret. Por eso, debía de gozar de cierto bienestar económico y estaba animado por un sincero interés religioso. Era un judío creyente y observante, que confiaba en la presencia activa de Dios en la historia de su pueblo, y le entristecía no ver su acción poderosa en las vicisitudes de las que era testigo.
Simón tiene un carácter decidido e impulsivo; está dispuesto a imponer sus razones incluso con la fuerza. Al mismo tiempo, a veces es ingenuo y miedoso, pero honrado, hasta el arrepentimiento más sincero.
Los evangelios permiten seguir paso a paso su itinerario espiritual. El punto de partida es la llamada que le hace Jesús. Acontece mientras Pedro está dedicado a sus labores de pescador. Jesús se encuentra a orillas del lago de Genesaret y la multitud lo rodea para escucharlo. El número de oyentes implica un problema práctico. El Maestro ve dos barcas varadas en la ribera; los pescadores han bajado y lavan las redes. Él entonces pide permiso para subir a la barca de Simón y le ruega que la aleje un poco de tierra. Cuando acaba de hablar, dice a Simón: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón responde: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes».
Jesús era carpintero, no experto en pesca, y a pesar de ello Simón el pescador se fía de este Rabino. Ante la pesca milagrosa, reacciona con asombro y temor: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Jesús responde invitándolo a la confianza y a abrirse a un proyecto que supera todas sus perspectivas: «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres».
Pedro no podía imaginar entonces que un día llegaría a Roma y sería aquí pescador de hombres para el Señor. Acepta esa llamada sorprendente a dejarse implicar en esta gran aventura. Es generoso, reconoce sus limitaciones, pero cree en el que lo llama y sigue el sueño de su corazón. Dice Sí, un Sí valiente y generoso, y se convierte en discípulo de Jesús.
Con todo, Pedro no había entendido aún el contenido profundo de la misión mesiánica de Jesús. Ante el anuncio de la Pasión se escandaliza y protesta. Pedro quiere un Mesías hombre divino, que realice las expectativas de la gente imponiendo a todos su poder
Pedro aprende lo que significa seguir a Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». Es la ley exigente del seguimiento: hay que saber renunciar, si es necesario, al mundo entero para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo.
Me parece que estas diversas conversiones de san Pedro constituyen un gran consuelo y una gran enseñanza para nosotros. También nosotros tenemos deseo de Dios, también nosotros queremos ser generosos, pero también nosotros esperamos que Dios transforme inmediatamente el mundo según nuestras ideas, según las necesidades que vemos. Dios elige otro camino. Dios elige el camino de la transformación de los corazones con el sufrimiento y la humildad. Y nosotros, como Pedro, debemos convertirnos siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante. Es Él quien nos muestra el camino. Y debemos tener la valentía y la humildad de seguir a Jesús, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.