Respirar - Alfa y Omega

Nos encontramos para preparar el encuentro con las mujeres que fueron un fin de semana a Capadocia. Siento rápida y fuertemente su alegría, su entusiasmo por estar juntas, con nosotras. En este encuentro les explicamos cómo será nuestro programa y la necesidad de que traigan con ellas su documento original de refugiadas. Para sacarlas fuera hemos tenido que llevar copia de su tarjeta a la Policía y pedir permiso.

Las mujeres invitadas son 23. Es un viaje que la hermana Janet había programado para ofrecerles la oportunidad de salir de sus casas, de la ciudad, de ese lockdown vivido durante cinco meses por la COVID-19, y para poder rezar y compartir en un ambiente más grande y libre. Elegimos una casa de nuestro vicariato, que se encuentra en Capadocia, lugar muy lindo y rico de historia, especialmente de la de los primeros cristianos de aquel lugar.

Finalmente partimos el 25 de Julio, día de Santiago Apóstol. ¡El ambiente en el autobús era de una alegría sin frenos! Cantando, han rezado todo el camino.

No podían creer que el obispo les hubiese dejado esa casa solo para ellas. La casa estaba llena al máximo. Las más ancianas durmieron en las camas y las otras en el suelo. Pero esto no fue un problema. No hacían otra cosa que reír, hablar entre ellas y dar gracias a Dios por la posibilidad que les estaba ofreciendo. No querían ir a dormir para aprovechar al máximo el tiempo. Compartieron su experiencia de sufrimiento al tener que escapar de sus casas y de su tierra, y terminaron dando las gracias a Dios por haberlas guiado hasta Turquía sanas y salvas. También pedían a nuestro Dios ayuda para llegar a América, Canadá o Australia. No mencionan a Europa porque dicen que nuestros gobiernos han cerrado sus fronteras para ellos. Que los cristianos de Europa han abandonado y olvidado a los cristianos de Irak.

Fuimos a visitar el valle donde aún hoy se pueden ver las grutas en las que los cristianos vivían y se refugiaban, también en los primeros siglos.

Algunas de ellas nos expresaron su necesidad de rezar y de poder compartir su fe sin tantas precauciones. Su necesidad de recibir la Eucaristía, después de siete meses. Con mucha pena tuvimos que decirles que no había suficientes hostias en el tabernáculo y no había sacerdote que pudiese celebrar.

Las mujeres que participaron, aun después de dos meses, siguen dándonos las gracias por haberles ofrecido esta oportunidad.