Por la escuela laica - Alfa y Omega

«España va a renovar profundamente su vida», escribe el Director General de Primera Enseñanza, el diputado socialista por Alicante, Rodolfo Llopis, en su circular, de 12 de enero de 1932, a todas las escuelas españolas, tras enviarles, por medio de los Consejos provinciales, ejemplares de la Constitución española recién aprobada.

Es momento de gran alegría, de meditación y de responsabilidad para todos, sobre todo para los maestros, que deben ser educadores, que es de lo que trata el segundo apartado. La escuela ha de ser cada día más hogar, la verdadera casa del niño. «La escuela no puede sacar su infancia con anticipaciones prematuras que perturben su conciencia», pero al mismo tiempo ha de llegar «hasta el fondo íntimo de su personalidad infantil favoreciendo, ayudando, contribuyendo a que esa personalidad alcance libremente su plenitud».

Hay que vitalizar la escuela, reza el tercer apartado de la circular. Hay que dar vida a la escuela y hay que llevar la escuela allí donde la vida está. La escuela ha de responder en todo momento a los interrogantes del niño y ha de hacer del niño un alegre trabajador.

Hay que unir la escuela y el pueblo, es otro de los subtítulos. La escuela ha de vivir en íntimo contacto con la realidad circundante, que ha de ser familiar al niño y a la escuela: la vida del trabajo, la vida de la familia, «todo lo que constituya la fisonomía económica y espiritual de aquella zona».

Pero, según el quinto apartado, escrito por el hermano masón Antenor, gran autoridad en el Gran Oriente Español, «la escuela ha de ser laica».

«La escuela, sobre todo, ha de respetar la conciencia del niño. La escuela no puede ser dogmática». Queda prohibida toda propaganda. «La escuela no puede coaccionar las conciencias. Al contrario, ha de respetarlas. Ha de liberarlas. Ha de ser lugar neutral, donde el niño viva, crezca y se desarrolle sin sojuzgaciones de esa índole». La escuela «se inhibirá en todos los problemas religiosos. La escuela es de todos y aspira a ser de todos». El maestro, que ha de esforzarse «al servicio de un ideal lleno de austeridad y de sentido humano», ha de evitar también «herir los sentimientos religiosos de nadie».

Demasiadas contradicciones. ¿Se opone la religiosidad del niño a la libre plenitud de su personalidad? Los interrogantes del niño ¿no versan muchas veces sobre el origen del mundo y de la vida, sobre Dios, sobre el fin de la vida…? ¿Las perturbaciones prematuras son perturbaciones, o interrogaciones? Y donde hay vida religiosa, ¿no es un lugar donde la vida está? La fisonomía espiritual de la zona, en España, ¿no tiene a menudo algo que ver con la religión? ¿De qué hay que liberar las conciencias? ¿No se dice inmediatamente antes que hay que respetarlas? ¿Qué quiere decir sojuzgaciones? Si la escuela es de todos y no debe herir ningún sentimiento religioso –¡la religión no es sólo sentimiento!–, tendrá al menos que reconocerlos y encauzar su cultivo fuera de la escuela…