Cardenal Keith O’Brien: los abusos sexuales arruinaron su carrera
Hasta su caída, O’Brien había logrado dar gran visibilidad al catolicismo escocés
Negó la evidencia durante años y cayó en pocas horas: el 25 de febrero de 2013, el cardenal Keith O’Brien renunció a seguir rigiendo los destinos de la archidiócesis de Edimburgo, la más importante de Escocia, por su implicación directa en diversos casos de abusos sexuales. La realidad es que accedió a la petición de Benedicto XVI, que apuraba sus últimos días en el Trono de Pedro.
El trance fue aún más amargo para O’Brien, pues en la misma comparecencia hizo saber que también se abstendría de participar en el inminente cónclave que se iba a celebrar en Roma para elegir sucesor al Papa bávaro. Fue consciente del bochorno que hubiera significado su presencia tanto en los trabajos preparatorios como en la Capilla Sixtina. Su ausencia dejó a Gran Bretaña sin representación en tan importante acontecimiento. Demostró, por lo menos, tener unos escrúpulos de los que careció el arzobispo emérito de Los Ángeles, el cardenal Roger Mahony, cuya actitud ambigua en relación con los abusos –aunque nunca estuvo implicado personalmente en ningún caso– le generó ostracismo por parte de sus pares durante aquellos días de cónclave.
Este gesto de gallardía fue, tal vez, lo único aceptable que hizo O’Brien durante el proceso que desembocó en su salida. Su historial en materia de abusos era apabullante: durante la década de los ochenta, el purpurado abusó de cuatro sacerdotes en activo y de uno secularizado, al que magreó y besó mientras era seminarista. Esto mismo intentó hacer en Roma a otro sacerdote de su diócesis durante una de las celebraciones posteriores a su elevación al cardenalato.
Según iban surgiendo las revelaciones periodísticas –corrieron principalmente a cargo de The Observer– que demostraban su participación en hechos tan sórdidos, el purpurado optó por una actitud de negación sistemática. Hasta que las evidencias se hicieron palmarias y no le quedó más remedio que aceptar el carácter «inapropiado» de sus conductas.
A esta comunicación desastrosa se le sumó la crueldad de la hemeroteca: los medios rescataron las numerosas ocasiones en que se erigió como firme defensor de la moral, de modo especial en lo relativo a la homosexualidad. Y poco podía esperar, dadas las circunstancias, de un Benedicto XVI que había decido aplicar una política de tolerancia cero –y, de paso, acabar con una cultura del silencio que imperaba en ciertos sectores eclesiales– hacia los abusos cometidos por miembros del clero.
El cerco se hizo inasumible para O’Brien, que dejó Edimburgo para siempre. Primero marchó a su Irlanda del Norte natal antes de asentarse definitivamente en Newcastle. En 2015, indicó al Papa Francisco que también renunciaba a todos los derechos que le otorgaba su estatus cardenalicio, si bien conservó la condición y el tratamiento. Un perfecto caso de brillante trayectoria echada a perder: hasta su caída, O’Brien había logrado dar gran visibilidad al catolicismo escocés y su punto de vista era respetado en todos los ámbitos.
José María Ballester Esquivias / ABC
Keith Michael Patrick O’Brien nació en Ballycastle (Irlanda del Norte) el 17 de marzo de1938 y falleció en Newcastle (Inglaterra) el 19 de marzo de 2018. Sacerdote desde 1965, fue nombrado arzobispo de Saint Andrews y Edimburgo en 1985 y elevado a cardenal en el consistorio de 2003. Renunció al gobierno de su archidiócesis en 2013, tras quedar demostrada su implicación en casos de abusos sexuales.