El día que la Virgen anunció la muerte próxima de los pastorcitos Francisco y Jacinta
«Quiero que recéis el rosario y aprendáis a leer», anunció la Virgen de Fátima a los tres pastorcitos el 13 de junio de 1917, hace 100 años. También anunció que «pronto» se llevaría a Francisco y Jacinta al cielo. «¿Quedo aquí solita?», preguntó Lucía. «No hija. Yo nunca te dejaré», respondió la Señora
Lucía dos Santos y los santos Francisco y Jacinta Marto llevaban un mes esperando que llegara el 13 de junio de 1917. La Señora, que se les había aparecido el 13 de mayo en Cova de Iría, les había dicho que volvería ese día.
A pesar de las primeras incomprensiones y en particular de los intentos de la madre de Lucía de que la niña se desdijera de lo que había contado, ese día esperaban junto a los pastorcitos, en el campo, unas 50 o 60 personas.
«Después de rezar el rosario —contó Lucía años después en sus memorias— vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba, y que llamábamos relámpago, y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina, todo como en mayo».
Los espectadores notaron que mientras los pastorcitos dialogaban con la Virgen, la luz del sol se oscureció. Otros dijeron que la copa de la encina, cubierta de brotes, pareció curvarse como bajo un peso, un poco antes de que Lucía hablara.
«—¿Usted qué es lo que me quiere? —pregunté —continúa el relato—.
—Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, que recéis el rosario y que aprendáis a leer. Después diré lo que quiero.
Pedí la cura para un enfermo.
—Si se convierte, se curará durante el año.
—Quería pedirle que nos llevara para el Cielo.
—Sí; Jacinta y Francisco me los llevo en breve. Pero tú quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. [A quien la abrace, promete la salvación; y serán queridas de Dios estas almas, como flores puestas por Mi adornando su Trono].
—¿Quedo aquí solita? —pregunté, con pena.
—No, hija. ¿Y tú sufres mucho? No desanimes. Yo nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá hasta Dios.
Fue en el momento en el que dijo estas últimas palabras cuando abrió las manos y nos comunicó, por segunda vez, el reflejo de esa luz inmensa. En ella nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de esa luz que se elevaba hacia el Cielo y yo en la que se esparcía sobre la tierra. Enfrente de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora, estaba un corazón rodeado de espinas que parecían estar clavadas. Comprendimos que era el Inmaculado Corazón de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que quería reparación».