Una difícil búsqueda de explicaciones - Alfa y Omega

Una difícil búsqueda de explicaciones

Venancio-Luis Agudo

La magnitud de lo sucedido estos días, tras la muerte de Juan Pablo II, ha caído como un mazazo entre los convencidos de que la fuerza del Evangelio se estaba agotando. «¿Qué es lo que ha pasado?», se preguntan. No pueden negar este unánime plebiscito, el más extenso e intenso que jamás la Humanidad ha dado a nadie. Pero tienen que buscar otras causas. Entre las que más repiten está la de su capacidad escénica: su experiencia de actor, sus condiciones de hombre mediático. El País lo llama El Papa estrella: la gran novedad de Juan Pablo II es que asumió las reglas de la sociedad del espectáculo con la naturalidad de un gran actor. Siempre recordaré sus pasos sobre el escenario del campo del Barcelona en su primer viaje a España. Ni Marlon Branco en el Julio César. Asentada esta teatralidad de Juan Pablo II, se explica todo lo sucedido: el abrumador despliegue de estos días ha sido en este sentido un homenaje de los medios a uno de los suyos.

Y se repite insistentemente: el Papa actor, el Papa mediático, el hombre de teatro…, como si toda su vida hubiera sido ésa. Karol Wojtyla perteneció en su juventud a un grupo estudiantil de teatro. Como infinidad de jóvenes. Punto. En aquel paso efímero por los escenarios, ¿se puede justificar la aclamación universal de ahora?

El actor representa un personaje ficticio. Su arte consiste en esa ficción, en esa mentira, de vivir, de decir, de sentir, accidentalmente, lo que ni es, ni dice, ni siente en su ser real. Cuanto mejor represente esa ficción, mejor actor será. En el extremo opuesto está el testigo, el hombre testimonial, que es lo contrario: su ser y su apariencia coinciden; muestra exactamente lo que es. Realiza su vida según un convencimiento profundo. Y se muestra tal cual. No sube a otro escenario. Su casa, su oficina, su calle, el avión en que viaja, su mesa cuando come, o su tribuna si habla no son otro escenario que el que le ha tocado vivir. Pero allí aparece, como es, hombre de una pieza, coherente consigo mismo. Y ese hombre convence, admira, arrastra. Eso es un líder auténtico.

Abundan tan poco, que, cuando aparece uno de verdad, sucede lo que ha sucedido. No hay que acudir al teatro para explicarlo.

Conviene recordar un momento del mismo Evangelio. Jesús ha muerto tras un horrible calvario que ha machacado su imagen. Después de una vida donde muchos creían también que hacía teatro: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Pero hay alguien que valora lo que es la coherencia total, la dignidad total, aun en las sombras del hundimiento. Y confiesa: «Verdaderamente, éste era el hijo de Dios». Para unos, teatro; para otros, coherencia hasta el heroismo, prueba de un misterio superior. Las dos posturas de hoy. ¿Cuesta tanto admitir que lo que arrastra es la verdad de lo que se es, y se testifica con la vida y con la muerte?

Todo ello se produce, además, cuando llevaba años representando, sobre ese hipotético escenario, un papel tan poco grato a los medios como la ancianidad, la enfermedad, la torpeza en el hablar, en el mirar, en el moverse… Hasta hemos visto, conmovedoramente, cómo se le caía la baba y él mismo, torpemente, se la limpiaba, mientras nos predicaba. Los mismos que hoy quieren justificar lo que está sucediendo, por el espectáculo, a lo Marlon Brando, que ofrecía elevando los brazos y caminando en un campo de fútbol, se venían escandalizando porque siguiese en activo, y se mostrase públicamente una decrepitud, unas enfermedades y una agonía, que tanto repugnan a los mass media.

El gran mensaje de lo sucedido estos días no es otro sino el de la permanente fuerza del Evangelio. Cristo no exigió a los suyos agrandar las estadísticas, ni imponer a nadie la inscripción en sus filas. Lo que les mandó fue dar testimonio de su mensaje para que, libremente, el que quiera le siga. Francisco Javier fue un gigante que llevó ese testimonio, dando enteramente su vida, a unos pocos lugares extremos. Ahora, en sólo unos días, todos los rincones del orbe se han empapado de él. ¿Ha habido en la Historia un momento tan esplendoroso? ¿Está la Iglesia en crisis?