Me llamo sor Luisa María y soy religiosa desde 1983. ¡Qué rápido pasa el tiempo cuando eres feliz! Pertenezco a la Congregación de las Hijas de Santa María de la Providencia, fundada por san Luis Guanella, y me siento tremendamente afortunada, por lo que doy infinitas gracias a Dios.
Soy responsable del centro Casa Santa Teresa para personas con discapacidad intelectual y del desarrollo. Vivo desde hace 30 y pico años (hay mucho pico, por lo que lo dejo caer como quien no quiere la cosa, sin especificar demasiado) con personas especiales que son maestras de vida y me ayudan cada día a centrarme en lo esencial: a dar el justo valor a las cosas; a ver el caudal de posibilidad escondido en cada persona; a relacionarme con Dios conectando sencillamente, sin necesitar complejos sistemas de comunicación; a intentar ser lo más transparente posible, agradeciendo cada don, y a dejarme llevar por el corazón, ese que nunca falla.
Estas personas especiales con las que tengo el honor de compartir la vida son las personas con discapacidad intelectual y del desarrollo. Todo un lujo. Me enseñan el valor de la superación, el valor de levantarse continuamente, creyendo en las propias posibilidades, en la capacidad de ver el horizonte en medio de la niebla. Ellas y ellos te cambian la vida desde lo profundo y son en sí mismas un reto, porque son profetas en este mundo necesitado de voces hondas que hablen de verdad, frente a los que mucho hablan y por desgracia nada dicen.
Esto es lo que vivo y comparto con mis hermanas de comunidad, con el personal del centro, profesionales del trabajo bien hecho, y con los numerosos voluntarios que con su mano tendida nos apoyan y son una auténtica bendición. La comunidad religiosa comparte con ellos 24 horas al día, convencidas de que ellos y ellas son nuestra familia y nuestro mejor patrimonio. Intentamos crear hogar y espacios de autonomía y libertad que les hagan sentir sus capacidades por encima de su discapacidad.
Para nuestro fundador, san Luis Guanella (1842-1915), ellos son los predilectos de Dios, los hijos más queridos y los pararrayos que nos defienden a todos de las tormentas que nos abruman: el egoísmo, el individualismo… el materialismo y todos esos ismos que nos impiden ser personas plenas y felices, como Dios nos soñó.
Cuánto nos queda por aprender a todos… pongámonos las pilas.