Cosas que se arreglan viajando - Alfa y Omega

Ni la prensa de España es como la británica, capaz de reconocer su error y pedir disculpas al Papa por sus críticas injustas, ni tenemos un Primer Ministro como David Cameron, que, pese a no ser católico, supo dar las gracias así a Benedicto XVI: «Usted ha retado a todo el país a sentarse y pensar, y esto sólo puede ser un bien».

Se podría aplicar a algunos paisanos nuestros el diagnóstico de Chesterton, en El hombre eterno, sobre aquellas personas que padecen una incorregible animadversión hacia la Iglesia. «El muchacho que vive en las tierras de su padre o se aleja de ellas lo suficiente para verlas en conjunto, ve las cosas con claridad. Pero estas personas se encuentran en un lugar intermedio, ocultas en un valle desde el que no aciertan a distinguir las cumbres que tienen por delante ni las que se encuentran a su espalda… No pueden ser cristianos y no pueden dejar de ser anticristianos. El único aire que respiran es un aire de rebeldía, de obstinación, de crítica mezquina». Los ingleses, como los checos, por distintos motivos, pasaron ese sarampión hace ya tiempo, y están ahora en condiciones de escuchar, sin tantos prejuicios, al Papa.

¿Lo mejor de estos días? La cobertura de Telemadrid o de la COPE, sin olvidar su canal televisivo, Popular TV, cuyo esfuerzo fue premiado con una audiencia acumulada de 3.750.000 televidentes, a través también del nuevo Canal 13TV, que llevó la señal a toda España. Tampoco les fue mal a las televisiones públicas que retransmitieron la Visita, aunque no todos los comentarios estuvieran a la altura. Televisión Española< logró una audiencia acumulada de más de 12 millones de personas; Televisión de Galicia obtuvo el dato de 1.208.000 televidentes; y Televisió de Catalunya, de 1.610.000.

En papel, quedan para el recuerdo interesantes cuadernos especiales como los de ABC, La Vanguardia, La Razón… Y, entre la multitud de artículos y entrevistas, algunas especialmente certeras, como la del director de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian, en La Razón: «El Papa no pide más que ser escuchado, sólo quiere expresarse con toda la humildad y gentileza que le caracterizan… Creo que el periodismo debe estar atento a la realidad, no a las representaciones previas de ésta».

Lo impiden determinadas deformaciones ideológicas. Unos son incapaces de ver la realidad, por el materialismo. «De repente, todo el mundo habla de dinero –escribe desde Santiago Ignacio Ruiz Quintano, cronista de lujo para ABC–: los partidarios de la Visita, del dinero que los turistas van a dejar». Y en cuanto a los detractores, «ahora que ya casi nos tenía convencidos de que el dinero público no es de nadie, la izquierda cazurra descubre el gasto público en el país cuya selección de fútbol cotiza las primas al fisco de Suráfrica».

También está el virus nacionalista, con sus manifiestos en la prensa italiana, y la pleitesía en general que por aquí se rinde al poder político. El Correo Gallego cuenta que «el todopoderoso Vicepresidente, Alfredo Pérez Rubalcaba», acudió al aeropuerto a dar la bienvenida al Papa, y que «el también todopoderoso ministro de Fomento, José Blanco, fue el encargado de representar al Gobierno en todos los actos». Con tanto ser supremo, claro, era de esperar que no hubiera oídos para un Papa que venía a hablarnos de Dios. Al menos -prosigue el relato-, «hubo cordialidad, y no se entró al trapo ante las palabras del Sumo Pontífice», que tuvo la osadía de reclamar un nuevo diálogo entre fe y modernidad.

Peor fue lo del domingo… El Papa habló de la familia, y el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, le replicó que España tiene «la enorme suerte» de contar con una «pluralidad de modos de espacios afectivos familiares».

«Se encuentran atrapados en la penumbra de la controversia cristiana», decía Chesterton, que quitaba hierro al asunto, porque pensaba que viajando un poco esto se arregla.