Periodista, escritor y Beato - Alfa y Omega

Periodista, escritor y Beato

Benedicto XVI ya lo ha reconocido: Lolo, Manuel Lozano Garrido, intercedió para la curación inexplicable de un niño. O lo que es lo mismo: el Vaticano ha dado luz verde para la beatificación de este periodista y escritor. El año 2010 verá cómo la Iglesia eleva a los altares a un enamorado de Cristo… y de su máquina de escribir

Anabel Llamas Palacios
Lolo, en su silla de ruedas.

Tan sólo quedaba un paso para tener la certeza de que el Venerable Siervo de Dios Manuel Lozano Garrido, Lolo, sería proclamado beato. El paso se ha dado en la audiencia de Benedicto XVI, el pasado sábado 19, al Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, monseñor Angelo Amato, donde, además de corroborar los resultados de las Comisiones científica y teológica sobre el milagro atribuido a Lolo, el Papa ha promulgado hasta 20 Decretos más, entre ellos los que reconocen las virtudes heroicas de los Siervos de Dios Juan Pablo II y Pío XII, y de otros ocho Siervos de Dios, todos ellos, a partir de ahora, Venerables; y se reconocen asimismo los milagros, entre otros, de los Venerables españoles fray Leopoldo y José Tous y Soler, y el martirio del sacerdote polaco Jerzy Popieluszko, asesinado por su fe en 1984.

Queda tan sólo esperar a que se haga pública la fecha de la beatificación de Lolo, que tendrá lugar en el mismo Linares, en la iglesia de las Carmelitas descalzas, a donde, el pasado día 17, se trasladaron sus restos mortales en una urna, desde el lugar en que descansaban, la parroquia de Santa María, de Linares, en presencia del obispo de Jaén, monseñor del Hoyo, las hermanas de Lolo, Lucía y Expectación, y un gran número de amigos. Estuvo también presente el niño —hoy ya adulto— curado gracias a la intercesión de Lolo.

Manuel Lozano Garrido fue escritor y periodista. Nació en Linares, en 1920, y murió en la misma ciudad, en 1971. Llevaba 25 años postrado en una silla de ruedas, víctima de una enfermedad que fue degenerando su cuerpo hasta dejarle convertido en un amasijo de huesos. Los últimos nueve años, además, estuvo ciego. Lejos de arredrarle el dolor y su inmovilidad, Lolo trabajó incansablemente. Fue alegre y dinámico desde joven, y su fe, alimentada al amparo de la Acción Católica, de la que fue miembro desde pequeño, arrastraba a numerosos amigos hasta su lado, de toda clase y condición, pero especialmente jóvenes. Su pasión era su propia profesión, y su forma de vivirla, siempre con la vista fija en Cristo, se refleja en lo que exclamó cuando le regalaron una máquina de escribir: «Señor, gracias. La primera palabra, tu nombre; que sea siempre la fuerza y el alma de esta máquina… Que tu luz y tu transparencia estén siempre en la mente y en el corazón de todos los que trabajen en ella, para que lo que se haga sea noble, limpio y esperanzador». Trabajó, entre otros, para el diario Ya, para la revista Telva, o Vida Nueva; recibió el premio Bravo de periodismo, y escribió numerosos libros: El sillón de ruedas; Dios habla todos los días; Las golondrinas nunca saben la hora…, y creó la obra pía Sinaí, donde monasterios de clausura y enfermos se unen para rezar por un medio de comunicación en concreto. Alfa y Omega, por ejemplo, tiene el suyo, el monasterio de Clarisas San Juan Bautista, en La Laguna.

El postulador de la causa de Lolo, don Rafael Higueras, recuerda su conversación sobre Lolo con Juan Pablo II, en una audiencia: el Pontífice manifestó que la de Lolo había sido una vida muy bella, y que se trataba de un ejemplo para la sociedad, por la forma en la que había vivido su propio sufrimiento. Es inevitable pensar que ambos reposan hoy, juntos, con un cuerpo en el que no cabe el dolor, en la Casa del Padre.