¡Gracias!, ¡gracias! - Alfa y Omega

Cuando llega la noticia de su renuncia, en la que Benedicto XVI dice que ha sido una decisión muy rezada, decisión que toma libre y con todas sus facultades, recuerdo perfectamente dónde estaba cuando le eligieron y el revuelo que se formó. De la alegría inicial, «tenemos Papa», pasé a un estado de expectación. Pensé que era imposible que llegara a quererle como a Juan Pablo II, que había marcado mi vida de forma decisiva. Pero sus primeras palabras me conmovieron por su humildad, por la calidez y bondad de su mirada al pronunciarlas, por esos deditos que saludaban tímidos como queriendo alcanzar a cada una de las personas que le escuchábamos anhelantes cuál si fueran las teclas del piano.

Aprendí a conocer al Papa que hablaba del valor del silencio a los medios de comunicación, aprendí a quererle, a través de sus palabras, de sus escritos, de sus catequesis, siempre pedagógicas. Hoy se habla de su gran cabeza, de su altura teológica, de las implicaciones de su decisión. A mí me conmueven su fe, su profundo amor a Dios, su humanidad, su humildad, su libertad interior. Qué fe, qué gran conocimiento de Dios y del hombre. Qué profundo amor a Dios. Qué amor al hombre. Qué comprensión de las vicisitudes del alma humana. Qué cercanía con el que sufre. Qué humanidad. Qué vocación de servicio. Qué fidelidad, hasta el final.

Trabajar en la JMJ Madrid 2011 fue un regalo del cielo. Si ya le quería y admiraba, ahí caí rendida. Sus gestos, su mirada, su corazón, su entrega generosa, su fidelidad, su paternidad… Tengo a mi izquierda la foto de todo el equipo que trabajó en Cultura (a Nuria ya la ha llamado el Señor a su lado), la imagen de su saludo a los profesores en la basílica de El Escorial, y una preciosa foto del saludo en la Nunciatura, que para mí tiene un significado muy especial, en la que con la mano derecha coge a mi marido y la izquierda me la da a mí. Recuerdo, y recordaré, toda mi vida ese momento. Sólo fui capaz de decir dos palabras: Gracias, gracias. Hoy, como entonces, con el corazón encogido, sólo puedo decir: ¡Gracias! ¡Gracias, Santo Padre!