17 cardenales con corazón de pastor - Alfa y Omega

17 cardenales con corazón de pastor

En una época marcada por la «la polarización y la exclusión», el Papa crea a 17 cardenales –entre ellos el arzobispo de Madrid–, que ofrecen el rostro de una Iglesia de puertas abiertas y mano tendida, incluso en contextos de persecución. «En el corazón de Dios no hay enemigos» sino «hijos», les recordó Francisco

Ricardo Benjumea
Un momento del consistorio de este sábado, en la basílica de San Pedro. Foto: EFE/EPA/Maurizio Bramatti

El clima de solemnidad del consistorio deja al fin paso al estallido de la alegría contenida. Los centroafricanos no son el grupo más numeroso, pero probablemente sí el más entusiasta. Acompañando al nuevo purpurado de este país destaca el imán Omar Kobina Layama, con una sonrisa de oreja a oreja. «Estoy muy feliz», dice a Alfa y Omega. «Vivimos juntos, trabajamos por la paz juntos, somos hermanos».

Dieudonné Nzapalainga, que, a sus 49 años se convirtió el sábado en el cardenal más joven de la Iglesia católica, le salvó la vida al refugiarlo en su casa varios meses. Fue durante la guerra civil de su país, que desde 2012 algunos han intentado convertir en una guerra religiosa, lo que desencadenaría una violencia de proporciones aún mucho mayores que en la actualidad. Para evitarlo, el arzobispo de Bangui, el imán y el pastor Nicolas Guérékoyaméné-Gbangou –también presente en el consistorio– fundaron en 2013 la Plataforma Interreligiosa de la República Centroafricana y han recorrido desde entonces el país promoviendo la convivencia pacífica.

La visita de Francisco de hace un año supuso «un signo fuerte» de apoyo a esta iniciativa, afirma el cardenal Nzapalainga. «Por eso ahora hemos venido los tres a Roma», cuenta el arzobispo a este semanario. «Siempre trabajamos juntos: católicos, protestantes y musulmanes. Pensamos que la religión tiene que unirnos. Abraham es el padre de todos, así que tenemos una alianza espiritual que nos une».

Con la apertura anticipada de la Puerta Santa el 29 de noviembre de 2015, el Año de la Misericordia empezó en Bangui. Y de algún modo se clausuró también con Bangui como protagonista.

Bangui ejemplifica la lógica según la cual Francisco escoge a sus colaboradores más cercanos (esto es ser cardenal: un colaborador del Papa). Con él ya no hay sedes con titulares miembros natos del colegio cardenalicio. Lo que busca este Papa son obispos pastores, capaces de promover la cultura del encuentro y mostrar el rostro de una Iglesia samaritana en situaciones a menudo adversas. Bruselas, Chicago o la propia Madrid –todas ellas con obispos nombrados ya por Bergoglio– parecen más la excepción que la regla en una lista con diócesis de países periféricos como Bangladés, Lesoto, Albania, Malasia o Isla Mauricio.

Cardenales que tienden puentes

La misión del Pontífice es tender puentes, y esto quiere también Francisco que hagan sus cardenales. Vivimos en una época caracterizada por «la polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los conflictos», dijo el Papa en la homilía del consistorio; una época en la que al inmigrante o al refugiado se le ve como «una amenaza» por «venir de una tierra lejana» o tener otras costumbres, idioma o religión. Frente a esto, el Evangelio nos dice que «en el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos». Nuestra «primera e instintiva reacción» es descalificar, maldecir o demonizar a quienes nos odian, pero Jesús nos conmina a rezar, a bendecir y a rezar por estas personas. Es así como actúa el Padre: «no espera a amarnos cuando seamos justos o perfectos», sino que lo hace de forma incondicional.

Es el mismo mensaje que continuamente ha repetido el obispo de Madrid. El cardenal Osoro insiste en que él es obispo de todos, creyentes y no creyentes, y que a nadie considera enemigo.

En el recordatorio que entregó a quienes acudieron a felicitarle en las llamadas visitas de calor, figuraba una frase de la exhortación Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: “No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10)».

Su forma de actuar siempre fue esta, cuenta su paisana Milagros Iglesias, que ha venido con un grupo desde Torrelavega (Cantabria) a felicitarle. Le conoció en su primer destino parroquial, en La Asunción, cuando Osoro puso en marcha un lugar de encuentro juvenil, La Pajarera, y se marchó a vivir con un grupo de chavales salidos del reformatorio en un piso que bautizaron como la Casa de los Muchachos.

«Nos hablaba del Dios del amor, no del Dios del miedo. Nos hablaba de un Dios que es Padre y perdona todo, no un coco que nos va a comer por hacer algo», relata Iglesias. «A mí me casó», presume Ana Gutiérrez, que quedó prendada del nuevo sacerdote que «creía en un Dios de todos, de los ricos y también de los pobres».

Apenas se marcha este grupo aparece Elisa Castanedo. El cardenal de Madrid les recibe a su hijo y a ella con un efusivo abrazo. Fue su cuidadora cuando él tenía 2 años y ella 12. «¿Se hubiera imaginado usted entonces esto?», le pregunta este periodista. «Sí. Era muy bueno. Se le veía que podía tener vocación. En cuanto le enseñaba algún rezo lo aprendía rápidamente».

Todos tienen alguna anécdota o algún detalle emotivo que contar del nuevo cardenal. Solo del Arzobispado de Madrid han venido unas 200 personas, alrededor del 10 % de todos los españoles que han viajado a Roma.

La delegación oficial está encabezada por Rafael Catalá, ministro de Justicia. Ha venido también la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, con quien Osoro se reunió unos tres cuartos de hora en privado. El Ayuntamiento de la capital estuvo a su vez representado por el delegado del Área de Gobierno de Salud, Seguridad y Emergencias, Javier Barbero. Con todos, el arzobispo exhibe la misma cordialidad.

La celebración incluyó la habitual cena en la embajada. Más novedosa fue el formato de la comida después del consistorio en el Colegio Español. Presidieron la mesa juntos Carlos Osoro y Baltazar Porras, el nuevo cardenal venezolano. Son dos buenos amigos. Entre las autoridades y obispos de ambos países, estuvo el nuevo general de los jesuitas, Arturo Sosa, también de Venezuela, país que atraviesa una complicada situación.

«Valientes testimonios»

Este consistorio ha supuesto también un abrazo a la Iglesia que sufre, especialmente representada por el cardenal albanés Ernest Simoni. Tras imponerle el birrete, el anciano sacerdote de 89 años y el Papa protagonizaron un entrañable forcejeo, por ver quién besaba las manos de quién. Finalmente los dos consiguieron su objetivo.

En nombre de los 17 nuevos cardenales (uno de ellos, el africano Sebastián Koto Khoari, mayor de 80 años, no pudo asistir por enfermedad) dijo unas palabras de saludo el nuncio en Siria, Mario Zenari, quien aludió a los «valientes testimonios de fe» de muchos de los nuevos purpurados, y agradeció al Papa el poner continuamente el foco sobre «el heroico testimonio de fe, hasta el derramamiento de sangre, de tantos hermanos y hermanas en tantos lugares del mundo», en un tiempo en el que los mártires son «más numerosos, como usted ha subrayado, que al inicio del cristianismo».

Quienes conocen al cardenal Zenari lo describen como un diplomático con corazón de pastor. Uno de las personas que se acercan por la tarde a felicitarle es el cardenal Béchara Boutros Rai, patriarca de Antioquía, quien considera «profético» que Francisco haya elevado al cardenalato a este nuncio. «Los cristianos y los musulmanes deben volver a Siria para conservar y preservar su identidad cultural. Pienso que esta es la intención del Papa», dice a este semanario.

Hay largas colas para saludar al cardenal Zenari. Muchas personas le llevan donativos, algunos de varios miles de euros. Los últimos purpurados en terminar de atender a las visitas de calor son el cardenal Osoro y él. Funcionarios vaticanos desalojan el Aula Pablo VI. En la calle, peregrinos centroafricanos continúan la celebración con bailes y cantos.