El número de teléfono escrito en la pared de la cárcel libia - Alfa y Omega

El número de teléfono escrito en la pared de la cárcel libia

Candidato al Nobel de la Paz 2015 y Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2017, el sacerdote eritreo Mussie Zerai ha sido acusado por las autoridades italianas de mantener vínculos con las mafias y promover la inmigración irregular. Su delito es coger el teléfono a embarcaciones a la deriva y dar sus coordenadas a la guardia costera. «Europa pide a África que muera en silencio, sin hacer ruido», sostiene

Cristina Sánchez Aguilar
Mussie Zerai y Helena Maleno recogen el Premio Mundo Negro de manos de Jaime Calvera, director de la publicación. Foto: J. Luis Silván Se/MN

Fue en 2003 cuando este sacerdote eritreo afincado en Italia tuvo la oportunidad, de la mano de un periodista italiano, de viajar hasta Libia en calidad de traductor. En aquel trayecto inesperado, Mussie Zerai conoció la realidad de las cárceles del régimen de Gadafi, donde torturaban a sus compatriotas con la «connivencia de la Unión Europea, que financiaba 22 de lo que ellos llamaban centros de internamiento de inmigrantes, pero que en realidad eran cárceles con un solo propósito: retener a estas personas y que no llegaran a Europa».

Aquel viaje cambió la vida del hombre que con 16 años dejó su patria huyendo de la guerra y encontró su vocación sacerdotal gracias a un cura que se cruzó en su camino. Y fue con un sencillo móvil, su gran instrumento de trabajo hasta hoy, como comenzó a salvar la vida de cientos de inmigrantes, y lo que le ha supuesto estar en el punto de mira de la Fiscalía de Trapani, en Sicilia, que le ha abierto un expediente acusado de mantener vínculos con las mafias y de promover la inmigración irregular.

Aun así, «mi número todavía sigue escrito en las paredes de las cárceles libias», porque, afirma, «yo solo ayudo a salvar vidas de una forma totalmente transparente», como aseguró durante la recepción en Madrid, el pasado fin de semana, del Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2017, entregado por los misioneros combonianos.

Desde hace 15 años Zerai, al que llaman Don Barcone –algo así como Don Patera– recibe cada día llamadas de embarcaciones que se pierden a la deriva en su intento de alcanzar las costas italianas. El sacerdote transmite las coordenadas de estos barcos a los guardacostas y a ONG como ACNUR o Médicos Sin Fronteras, aunque «últimamente es más difícil localizar a la gente, porque las mafias están quitando los teléfonos móviles a los migrantes al embarcarlos».

El sacerdote fundó en 2006 la asociación Habeshia (Mestizos), palabra que se utiliza para nombrar a los habitantes de Eritrea y de una parte de Etiopía. Además de salvar la vida en el mar a cientos de personas, la asociación continúa con la labor tierra adentro acompañando y atendiendo a los recién llegados.

El horror que cambió su vida

«En los centros libios estaban todos los migrantes amontonados. Hasta tal punto que tenían que dormir por turnos: mientras unos estaban tumbados otros debían quedarse de pie», recuerda Zerai de aquel primer viaje junto al periodista italiano. Una realidad que lejos de mejorar, se ha mantenido durante más de una década en la que el paso por Libia –con o sin Gadafi– supone para los migrantes la caída en una red de violaciones, abusos, torturas y esclavitud, tal y como destapó hace escasos meses un crudo reportaje de la CNN. «Las condiciones de higiene eran inexistentes y ni hablemos de la asistencia sanitaria…

Todo esto además de la violencia y las denuncias de abusos sexuales que nos llegaban a diario».

Pero salir del infierno libio no suponía –ni supone– una garantía de éxito. Aunque el trabajo de Zerai, y su teléfono indeleble en las paredes de las cárceles, dé la oportunidad a muchos de no morir ahogados o de inanición. «Los últimos 20 años han muerto más de 30.000 personas en el Mediterráneo por diversas causas. Algunas están pendientes en los tribunales de justicia». Y pone un ejemplo: «Varias naves españolas que hacían servicios conjuntos de la OTAN dejaron morir a 63 personas de hambre y sed, y no fue por un pinchazo de la embarcación o un temporal en el mar. Los dejaron morir de hambre y sed». Él mismo recogió el SOS de esta embarcación, y lo dio a conocer a las autoridades italianas, a la guardia costera y hasta una nave de la OTAN. «Llegaron a localizar la patera, porque, de hecho, un helicóptero fue a hacerles fotografías aéreas y lanzó agua y galletas. Pero nunca volvieron. De los 72 tripulantes, solo sobrevivieron nueve, y nos contaban luego cómo había naves que les rodeaban y sacaban fotos y vídeos. Ellos, desesperados, les enseñaban los cuerpos de los niños muertos en la lancha.

Pero nadie hizo nada». Todo esto «está en contra del derecho internacional marítimo, que obliga a socorrer cualquier embarcación a la deriva. Pero ellos no son considerados personas, son solo inmigrantes».

Secuestros y tráfico de órganos

Otra de las tareas de Habeshia, la organización de Don Barcone, es ayudar a las familias a liberar a sus seres queridos secuestrados por las mafias, otro de los puntos calientes en el proceso migratorio. «Conocí esta práctica ya en 2009, cuando supe de un grupo de eritreos y etíopes que fueron rechazados en el mar, y enviados a Libia de nuevo. Desde allí los expulsaron a Egipto y cruzaron en Sinaí para llegar hasta Israel, pero en el desierto fueron secuestrados por los beduinos». El sistema que utilizaban era «obligarles a llamar a sus familiares para pedirles 8.000 dólares. Y mientras hablaban con ellos, quemaban plásticos y dejaban caer las gotas sobre su espalda, para que escuchasen sus aullidos de dolor». En el Magreb, sostiene, «todavía hay una visión racista hacia las personas del África negra. Los tratan como animales. De hecho, mientras están secuestrados les dan de comer hierba, como a las cabras».

Y se pregunta: «¿Cómo es posible que en el Sinaí hayan llegado a tener 1.500 personas secuestradas sin la complicidad de las autoridades locales?». Cuando denunciaron, «Mubarak negó que esto existiera. Pero la realidad es que estos secuestros se desbloquearon cuando, en 2012, Benedicto XVI pidió que se liberasen a todas las personas secuestradas en el desierto egipcio». Esta petición «provocó una crisis diplomática entre Egipto y la Santa Sede».

El tráfico de órganos es otra preocupación del sacerdote, que denuncia reiteradamente cómo sus compatriotas eritreos, y personas llegadas de Darfur, Somalia o Etiopía que «al no poder pagar un rescate a las mafias, han sido asesinadas porque muertas son más rentables». Sus riñones, córneas, corazón, hígado… son extirpados por «médicos que han hecho el juramento hipocrático, pero que van preparados con sus equipos a diversas zonas de la ruta migratoria para sacar órganos y venderlos en Nueva York, Dubai, Tel Aviv…».

Silencio

Esta situación, sentencia Zerai, «es una verdadera guerra declarada por Europa contra los pobres, para que no entren en su territorio. En resumen, lo que pide el continente europeo al africano es que muera en silencio, sin hacer ruido, sin hacerse ver».

Y pone como ejemplo el proceso de Jartum de 2014, «financiado por la UE, que ayuda económicamente a 28 países africanos para que hagan de retenes y controlen las migraciones». Pero esta cerrazón produce el efecto contrario, sostiene el sacerdote. Y explica con vehemencia su teoría: «La edad media de los africanos es de 15 años, la de los europeos de más de 35. Esto quiere decir que, en pocos años, para mantener el estándar de vida y pagar las pensiones se necesitará gente joven que venga de fuera».

Nuestro silencio, añade, «permite a los gobiernos que hagan leyes injustas, que promuevan cerrar fronteras y rechacen a los migrantes». Este silencio también provoca «que se persiga la solidaridad y se criminalice a quien apoya a las personas que están en peores condiciones». De hecho, según un informe reciente de la Agencia de los Derechos Fundamentales (FRA), un organismo independiente que asesora a la UE, «las ONG y las entidades sociales que operan en Europa sufren un patrón de amenazas y presiones» creciente. En el documento, la agencia señala que «cada vez se ha vuelto más difícil para las organizaciones ejercer su labor y contribuir a proteger los derechos humanos en el continente».

Helena Maleno: «El control migratorio genera dinero»

«Esta noche he soñado que, cuando iba a recoger el premio, me detenían en la frontera», afirmaba visiblemente emocionada la periodista Helena Maleno vía Skype, tres días antes de su llegada a Madrid para recoger el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2017 de manos de los misioneros combonianos.

Fue solo un mal sueño, porque la defensora de los derechos humanos, en medio de un juicio pendiente con la justicia marroquí –«apoyada directamente o indirectamente por España», como aseguró Jaime Calvera, director de Mundo Negro, durante su presentación– por tráfico de seres humanos, llegó el sábado a la capital española para compartir mesa y conversación con el sacerdote Mussie Zerai, el otro premiado y también perseguido por su defensa de la vida en las fronteras.

La organización de Maleno, Caminando Fronteras, recibe «llamadas de los familiares que buscan a los desaparecidos en las embarcaciones. Ahora mismo hay una patera de 30 personas perdida desde el 17 de diciembre. Caminamos con ellos para encontrar sus cuerpos en las morgues, para reconstruir la historia, para mandar un puñado de tierra y enviarlo a Camerún por DHL para que las familias puedan hacer el duelo».

La activista declara que el problema no es solo «una cuestión ideológica. El control migratorio genera dinero, la guerra genera dinero. Europa invertirá en el año 2022 miles de millones de euros en el control de fronteras y las empresas que intervienen –y cita Airbus, Indra, Safran o Thales– hacen que nuestra situación sea cada vez más delicada». Pero «es el momento de tener la altura democrática que no tienen ni nuestras autoridades ni nuestras instituciones».