1 de febrero: san Raimundo de Fitero, el monje que tomó la espada - Alfa y Omega

1 de febrero: san Raimundo de Fitero, el monje que tomó la espada

El fundador de la Orden de Calatrava reunió un ejército que defendió la frontera frente a la amenaza de los musulmanes en una guerra en la que «unos combatían con la oración y otros con la espada»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Raimundo de Fitero en la defensa de Calahorra'. Miguel Jacinto Meléndez. Parroquia de San Andrés, Calahorra∫
San Raimundo de Fitero en la defensa de Calahorra. Miguel Jacinto Meléndez. Parroquia de San Andrés, Calahorra. Foto: Wikimedia Commons / Enrique Cordero.

Hubo una época en la historia en la que el combate espiritual y la lucha militar se entrelazaron y hasta confundieron, un fenómeno que causa extrañeza a los ojos de los fieles de hoy y debe ser entendido en su contexto. No se sabe muy bien dónde nació exactamente san Raimundo de Fitero. Hay quienes sitúan su lugar natal en la Tarazona de Aragón, mientras otros lo colocan en la Occitania francesa. El primer dato cierto que ha llegado de él hasta nosotros es que en 1141 ya era el abad del monasterio de Yerga, el primero que instaló la Orden del Císter en la península y que fue fundado por Alfonso VII de Castilla. El duro clima riojano fue probablemente la causa de que Raimundo trasladara la comunidad diez años después a la localidad de Fitero, en Navarra. La elección no fue casual, pues además de la fecundidad de las tierras del valle del Alhama, los monjes se situaron en la confluencia entre los tres reinos de cristianos de la península: Castilla, Navarra y Aragón.

Eran los años de la Reconquista, cuando los cristianos iban ganando terreno a los musulmanes en un toma y daca que, poco a poco, iba trasladando la frontera hacia al sur. A la muerte de Alfonso VII en 1158 el nuevo rey de Castilla, Sancho III, de acuerdo con el rey Sancho VI de Navarra, buscaba una milicia que se encargara de la custodia de la villa de Calatrava —actual Carrión de Calatrava, en Castilla-La Mancha—, recuperada apenas una década antes.

«Seguramente fue un momento en el que cundió el pánico. Los templarios habían anunciado que se iban del lugar y los musulmanes se acercaban a Toledo por el sur», cuenta Fernando Morenés, comendador mayor de la Orden de Calatrava. En ese brete, cuentan las crónicas que la mano derecha de san Raimundo, un monje llamado Diego Velázquez, que había sido militar, «recibió en sueños la indicación de ofrecerse a defender la fortaleza. Así se lo contó a la mañana siguiente a su superior, que recogió el guante lanzado por el monarca», añade Morenés. El encargo consistía en defender Calatrava «de los paganos enemigos de Cristo crucificado», en palabras del rey Sancho, haciendo de este enclave estratégico un lugar de contención ante las incursiones enemigas.

Bajo la misma regla

«En las costumbres compuesto, en el hablar parco, en la palabra grave, en las acciones modesto. Con los mayores reverente, con los iguales benévolo, con los inferiores apacible». Así describen los relatos de entonces al abad, que gracias a su determinación y al apoyo del monarca consiguió reunir para su empresa un ejército de más de 20.000 soldados, a los que acompañaron los monjes del Císter del monasterio de Fitero.

Fue en esa frontera donde cristalizó esa simbiosis entre la espada y la cruz, y donde nació la Orden de Calatrava ya independiente del Císter, aunque bajo su regla. Sus miembros eran monjes y soldados a la vez. «Eso fue absolutamente rompedor», asegura Morenés. De hecho, san Raimundo «fue muy cuestionado entre los cistercienses, porque no se entendía muy bien que un monje pudiera coger las armas». Sin embargo, el comendador mayor de la Orden de Calatrava destaca que «desde su origen hubo una división clara entre monjes de coro y monjes soldado. Unos eran clérigos y otros no, pero todos vivían en régimen monacal bajo la misma regla y la misma autoridad del abad. Unos combatían con la oración y otros con la espada».

Con las armas de hoy

La Orden de Calatrava supuso en su día «una simbiosis absolutamente novedosa y muy discutida», asegura Fernando Morenés. Si por entonces sus miembros, como monjes, debían observar los tres votos clásicos de pobreza, castidad y obediencia, con el tiempo estos compromisos fueron mitigándose y hoy sus miembros contraen matrimonio y llevan una vida seglar fiel a los fines recogidos en sus Definiciones: santificación personal, alabanza a Dios y defensa de la fe, no con las armas de antaño, sino con un compromiso de vida cristiana en sus entornos familiares y laborales.

«El son de las trompetas hace a vuestros súbditos lobos, y el de las campanas, corderos», le llegó a decir el rey al abad. El resultado es que esta fórmula aseguró la defensa de la villa y supuso un elemento disuasorio para el avance enemigo; pero eso le costó al santo no pocas incomprensiones, tanto con los que defendían una línea más monacal como con aquellos que querían una vida comunitaria más orientada a lo marcial. Sin poder contentar a unos ni a otros, le llegó el momento a Raimundo de dejar Calatrava y asentarse junto a otros monjes en Ciruelos (Toledo), donde falleció en 1163.