Yolanda Perea: «Es mejor una paz imperfecta que una guerra en permanencia» - Alfa y Omega

Yolanda Perea: «Es mejor una paz imperfecta que una guerra en permanencia»

Un guerrillero de las FARC la violó cuando tenía 11 años, y mató a su madre y a su primo, pero ella supo redimir su dolor. Ahora es consejera de paz en las mesas de diálogo en Colombia y acaba de visitar al Papa

Victoria Isabel Cardiel C.
La activista durante la entrevista con Alfa y Omega. Foto: Victoria I. Cardiel.

¿Qué le sucedió a su familia con las FARC?
Yo tenía 11 años. Un integrante de las FARC vino por la tarde a la finca de mis abuelos para preguntarme una cosa del ganado. Pero regresó a las once o doce de la noche. Yo ya estaba durmiendo. Me colocó un revólver en la cabeza y abusó sexualmente de mí con la amenaza de que si hacía ruido mataría a mis hermanos y a mi abuelito.

¿Qué pasó después?
Cuando mi madre supo lo que había pasado se dirigió rápidamente al campamento guerrillero a reclamarles. Estaba muy furiosa. Discutió con vehemencia con el jefe de las FARC, que negaba lo ocurrido. Mi madre se marchó, pero ahí no quedó todo. Vinieron a por mí por haberlos denunciado y me pegaron una paliza que me dejó tirada en el suelo, llena de sangre. A los seis meses volvieron armados hasta los dientes.

¿Qué hicieron entonces?
Entraron con la excusa de que iban a comprar ganado y unos cerdos; preguntaron por mi madre. Ella me pidió que me fuera para atenderlos. Escuché tiros, pero esperé a que se hiciera de noche para salir. Cuando llegué hasta allí, vi dos sábanas blancas ensangrentadas. Habían matado a mi madre y a mi primo.

¿Qué recuerda de aquellos momentos?
Yo pensaba que iba a volverme loca. Sentía muchísima rabia. Mi tío había resultado herido por los disparos, pero las FARC tenían a mi familia aislada y no nos permitían salir de la finca para atenderle. Tuvimos que curar a mi tío con hierbas. Pasé de tener una infancia maravillosa a no tener nada.

Y después tuvieron que dejar la finca. Pero esta vez por obligación.
Sí, nos convertimos en desplazados. Unos meses después nos hicieron salir con una mano delante y otra detrás. Han pasado 25 años y nunca he regresado a la finca. Durante muchos meses pensé solo en vengarme.

Pero era solo una niña.
Intenté entrar en la guerrilla con el claro objetivo de tomar la revancha contra los asesinos de mi madre. Pero no me dejaron. Después pensé en envenenarlos. Preparé un jugo con todos los químicos que yo manejaba en la finca para curar el ganado. Pero cuando estaba llevándolo al asentamiento de las FARC, me paró mi primo y me pidió un poco. Los guerrilleros estaban mirando, así que hice como que se me había derramado.

¿Duele todavía?
No soy una pobrecita. He aprendido a construir desde el dolor. A vivir con él, pero no desde el odio. Con el paso del tiempo y ayuda psicosocial, entendí que las violencias que viví no fueron mi culpa.

Entonces, ¿los ha perdonado?
Sí, claro. No podía seguir viviendo con la rabia de la venganza dentro, y, además, tuve la oportunidad de tener a alguien muy parecido delante. En 2013 hubo una campaña en Medellín por el Día de la Memoria. Un hombre se interesó por mi historia. Me escuchaba llorando desesperado. Y me confesó que él era uno de los que había generado tanta violencia en la zona donde yo vivía. Allí me di cuenta de que, por la gracia de Dios, yo no fui parte de las FARC. Y agradecí no estar de parte de la venganza, sino del perdón. Ahora trabajo en la Mesa Nacional de Víctimas defendiendo la vida y los derechos sociales.

¿Qué les diría a los que han criticado el proceso de paz?
Yo no vi la guerra por televisión. Yo la viví en mis carnes. Por eso, prefiero un acuerdo de paz imperfecto que una guerra en permanencia.

Han pasado seis años desde la firma, pero la violencia se está recrudeciendo. ¿Qué hay que hacer?
La violencia seguirá en aumento mientras el Gobierno no se decida a implementar políticas reales que permitan recuperar la vida en las periferias y en el campo, y no solo en el centro de las ciudades, como Bogotá. No me refiero a que hace falta militarizar el territorio, sino a que hay que construir políticas públicas acordes a la realidad territorial que incluyan a las mujeres, principalmente, y a los jóvenes, que son, de hecho, quienes más se han visto afectados en el marco de la guerra.

El Papa junto con Yolanda y el resto de integrantes de la Mesa Nacional de Participación Efectiva de las Víctimas el 1 de octubre en el Vaticano. Foto: EFE / EPA / Vatican Media.

Muchos analistas han culpado al liderazgo político por no llenar el vacío dejado por las FARC, sobre todo, en las zonas rurales.
Se necesita voluntad política para construir la paz, que no es solo el desarme, y el Gobierno saliente no la tenía; la paz tiene que pasar transversalmente a la sociedad en forma de derechos, servicios públicos y oportunidades para todos. Esperamos que este Gobierno implemente los acuerdos para poder avanzar y para poder soñar con una Colombia mejor, donde nuestros niños no pasen por todo lo que yo pasé.

Estuvo con el Papa Francisco el pasado sábado. ¿Cómo fue?
Fue realmente sanador. El Papa es un hombre de paz y esperanza que no pierde ocasión en lanzar mensajes para la reconciliación y la construcción de un tejido social igualitario en el mundo entero.