XX Aniversario de la dedicación de la catedral de la Almudena, de Madrid. El corazón de la diócesis - Alfa y Omega

XX Aniversario de la dedicación de la catedral de la Almudena, de Madrid. El corazón de la diócesis

Hace veinte años, el 15 de junio de 1993, el Papa Juan Pablo II entraba en la nueva catedral de la Almudena, de Madrid, para dedicar el templo y consagrar su altar. Desde entonces, es el corazón de la diócesis, «símbolo y hogar visible –en palabras del mismo Santo Padre– de la comunidad diocesana, presidida por el obispo», lugar de donde brota la misión, esa nueva evangelización, a la que con tanta fuerza nos llamó el Beato Papa Juan Pablo II

Antonio Astillero Bastante
Interior de la catedral (durante una celebración de la Vigilia de la Inmaculada).

Era un día caluroso de junio de hace veinte años; exactamente el 15 de junio de 1993, el Papa Juan Pablo II entraba en la catedral de la Almudena para llevar a cabo la celebración de la dedicación del templo, en un rito concelebrado por el entonces cardenal arzobispo, don Ángel Suquía. Era el momento que el pueblo de Madrid llevaba mucho tiempo esperando —precisamente, el Museo de la catedral organiza una exposición que recorre la historia de la construcción del templo, en la que el recuerdo de la consagración por Juan Pablo II estará muy presente; además, la catedral estrena nueva web: www.catedraldelaalmudena.es—. Aquella tarde, Juan Pablo II se refirió a la catedral como «el símbolo y hogar visible de la comunidad diocesana, presidida por el obispo. Por ello, la dedicación de la catedral ha de ser una apremiante llamada a la nueva evangelización». Escribe el Responsable de la terminación de las obras de la Almudena:

Recuerdo, y muy emotivamente, cuando el Santo Padre, viniendo del Palacio Real, atravesó la plaza de la Almudena, acompañado del cardenal Suquía, y entró en nuestra catedral en ambiente de grandes aplausos y emoción. Fue impresionante aquella homilía en la que, con toda su fuerza, nos pidió a todos que «sacáramos la Iglesia a la calle», algo que de forma especial venimos cumpliendo. Y qué emoción tan grande cuando el Santo Padre, terminada la Eucaristía, se dirigió hasta le altar de nuestra Patrona y, arrodillado, centró su mirada en Santa María la Real de la Almudena, que, después de tantos años, al fin ya podía ser venerada en su propio templo.

También quiero señalar que nuestro recordado don Ángel Suquía hizo posible la terminación de las obras del templo y, así, que Madrid tuviera su catedral, y que ha sido nuestro querido don Antonio María Rouco el que ha hecho que la devoción a nuestra querida Patrona llegue a todos los rincones de la Iglesia diocesana.

Me supuso una gran emoción interior el vivir ese momento tan esperado desde 1986, en que se reanudaron las obras y que tanta dedicación y esfuerzo había supuesto para todos a los que el cardenal Suquía nos encomendó la tarea de terminar las obras. Y no puedo olvidar cuando, a finales de 1991, en visita ad limina del cardenal Suquía al Papa, éste le dijo: «He oído algo con referencia a la posible terminación de las obras que se han emprendido para terminar el templo-catedral de Madrid». El cardenal, emocionado, respondió: «Santo Padre, no podía pensar que Su Santidad estuviera tan bien informado». —«Sí, señor cardenal, y me atrevo a decirle que, si el Señor me da vida para entonces, podría comprometerme a dedicar-bendecir el templo». Ya se puede comprender la emoción de todos los acompañantes del cardenal.

Para la diócesis de Madrid supuso una enorme alegría, ya que, después de 108 años de la erección como diócesis, podía tener un gran templo-catedral; y, como se suele decir, una catedral no se termina nunca; por consiguiente, hay que seguir hasta que el Señor quiera. La fachada principal ya está terminada con los cuatro arcángeles que se han colocado, y para mediados de octubre se habrá terminado de ornamentar también la fachada de la calle Bailén: sobre la puerta central se colocará el anagrama de la Virgen con dos ángeles a cada lado; sobre la puerta de la derecha, el escudo del Beato Juan Pablo II, con dos hermosos ángeles a cada lado, y lo mismo en la puerta de la izquierda, con el escudo de Benedicto XVI, en recuerdo de las visitas que ambos Pontífices han realizado a la catedral.

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