Xaime Fandiño: «Debería existir una asignatura de aprender a envejecer»
Este vigués, nacido en 1952, no se considera un emprendedor. Un día le dijeron que era «un líder visionario». Lo asume, aunque repite que es un outsider. Desde que se jubiló —fue profesor universitario y realizador de programas televisivos— puso sus energías en desterrar los prejuicios sobre las personas mayores, el edadismo, y promover una mayor conexión entre generaciones. Lo hace a través del proyecto Deteriorados con música, televisión, periodismo e investigación universitaria.
¿Por qué un proyecto para promover la relación entre generaciones y desterrar el edadismo?
Cuando me jubilé, en 2016, me di cuenta que ya no podía hacer nada salvo ir a los viajes del IMSERSO o pagar menos en el tren. No es malo, pero a mí eso no me interesaba. Hay más cosas que hacer y otros perfiles de mayores que hay que atender.
En pocos años han cambiado de nombre, de Vulnerables a Deteriorados, participado con éxito en un programa de emprendimiento sénior de Aquarius, algunos proyectos se han quedado por el camino, otros saldrán…
Cuando todavía éramos Vulnerables presenté, animado por el humorista, actor y presentador Xosé Antonio Touriñán, siete proyectos a Aquarius. Escogieron uno que se llamaba Intecamper, viajes en autocaravana intergeneracionales. Lo tenía todo diseñado: época del año, actividades, rutas… Pero no salió. El nombre lo cambiamos porque Vulnerables tenía una connotación de debilidad y dependencia, y habíamos montado un grupo de música que se llamaba Deteriorados. Me pareció un nombre mucho más agresivo y que reflejaba el espíritu del proyecto. Al hilo de esto, yo soy un defensor de la palabra viejo. Se habla de envejecimiento, pero no hay un sujeto. Se dice sénior, mayor… Yo soy viejo y no pasa nada. Hay que actualizar esta palabra. En gallego lo tenemos fácil. Se dice vello y se parece mucho a bello [ríe].
Creo que el grupo de música tiene un papel importante en el proyecto.
Mi compañero, Chimay, y yo nos conocemos desde pequeños, y antes de la pandemia ya actuábamos en distintos lugares y abordábamos esta cuestión de una forma divertida. Luego llegó la pandemia y consideramos que debíamos hacer algo más estable. Empecé a publicar artículos en prensa, un libro que presentaron el actor Antón Reixa y Carlos Mouriño, presidente del Celta. Y ampliamos el grupo con tres miembros más, dos de ellos exalumnos míos. Cuando actuamos contamos lo que hacemos, pero no somos un grupo convencional; somos la punta de lanza comunicativa del proyecto. Otros van con el PowerPoint, nosotros con la música.
¿Y ahora?
Estamos grabando un programa para la televisión gallega que se llama Incombustibles, que da protagonismo y muestra al mayor desde otra perspectiva. Hablamos de diferentes temas desde un punto de vista intergeneracional y heterogéneo, un debate en el que participan un grupo de sabios y los ciudadanos en la calle. También hay tiempo para colectivos como los moteros, los grafiteros… para mostrar distintos planes vitales y para el show con la colaboración, entre otros, de Teté Delgado. Nadie tiene menos de 50 años.
En música y en televisión lo que vende hoy es lo joven, ¿no?
Hay un culto a la juventud. La gente quiere parecer más joven, pero cada uno tiene los años que tiene. El problema es formar guetos cronológicos, que es lo que nos hacen, y acabas hablando solo de la próstata, del Sintrom o de quién murió ayer. Te pongo un ejemplo. Una persona que trabaja en un banco como cajero, al jubilarse pierde la relación con personas de otras generaciones. Y los nietos no cuentan. Estás ahí, pero no intervienes en la sociedad y eso es muy negativo. Un hecho administrativo determina que tendrás relaciones distintas. El edadismo se acabaría con la intergeneracionalidad. La edad no puede ser un elemento que separe, sino de unión. Los mayores tenemos excedentes de conocimiento que ofrecer y los jóvenes, su osadía y vitalidad.
¿Somos conscientes de que nos hacemos viejos?
Debería existir una asignatura de aprender a envejecer en la escuela. Cuando daba clase, el primer día de curso les decía a mis alumnos, de 18 años, que ya podían ir a la cárcel y que ya no llamarían a sus padres. Alucinaban. Envejecemos todos los días, pero el problema es que no hay un plan vital para la jubilación.