Vivir sin miedo en tiempos de incertidumbre - Alfa y Omega

«No estamos viviendo simplemente una época de cambios, sino un cambio de época». La expresión del llorado Papa Francisco contiene no solo una lúcida lectura de los tiempos que vivimos, sino una indicación de camino para la Iglesia. En efecto, una tentación de este primer cuarto de siglo es leer sus cambios radicales en clave de apostasía ante una civilización cristiana que habría escrito las mejores páginas de los últimos dos milenios. Esta lectura presupone (en el mejor de los casos) la existencia de una presencia cristiana pública y atractiva, de la que el mundo se aparta conscientemente. Nada más lejos de la realidad, como se puede ver en nuestro país.

La época que ahora nos deja no era la época cristiana sino la que surgió del proyecto de la Ilustración, cuyos fundamentos se pusieron en la segunda mitad del siglo XVIII. Este proyecto había renunciado explícitamente a la revelación cristiana (el acontecimiento histórico de Jesucristo, Dios-hombre) como fundamento, pero había abrazado sus conquistas morales como propias, autoevidentes —se decía— para la razón. La Iglesia, después de un tiempo de purgar sus penas, supo adaptarse al nuevo marco de libertad religiosa y de pensamiento. De algún modo, seguía siendo defensora y garante de los grandes principios morales que sostenían el edificio de la Ilustración (dignidad humana, igualdad, familia, solidaridad, principio de racionalidad, justicia social). Ahora ese edificio se ha desmoronado. Lo que hace unos decenios eran evidencias compartidas (el concepto de familia, la identidad sexual, el concepto de verdad o de realidad) hoy ya no.

¿Es misión de la Iglesia apuntalar ese edificio o emplearse en la tarea de ser un factor de construcción de una nueva realidad? Tal alternativa no existe, porque el edificio ha sido declarado en ruinas. Más bien se trata de ponerse de acuerdo en cómo se construye ahora. ¿Volvemos a los tiempos de Cristo y de los primeros cristianos o seguimos con los viejos esquemas que nacieron en una sociedad formalmente católica?

Cuando un representante del Vaticano se acercó a Javier Cercas, uno de nuestros escritores más famosos, para proponerle acompañar a Francisco a Mongolia y escribir un libro, está claro cuál era la respuesta que el mismo Papa estaba dando. Javier Cercas dice de sí mismo: «Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso». No creo que sea rara avis en nuestra sociedad. La propuesta del Santo Padre se asemeja a las que Jesús realizaba a gente bien alejada de la moral judía: el corrupto Zaqueo, la samaritana, el colaboracionista Mateo, la Magdalena… (no se me enoje Cercas por estos paralelismos).

Lo que está en juego es si la propuesta cristiana, con todo su atractivo, puede volver a encontrar a los hombres y mujeres de hoy, con todo su drama, su búsqueda y su recorrido humano. Ven y verás. ¿Está preparada la Iglesia para ese «ven y verás»? Aquí se juega todo. El Papa Francisco no tuvo miedo. Remito a la obra de Cercas (El loco de Dios en el fin del mundo) para más detalles.

El desafío que planteaba Francisco es aceptado y recogido en el diálogo de tres grandes protagonistas de nuestro tiempo: el filósofo Charles Taylor, la voz más autorizada para hablar del papel de la religión en los Estados modernos y el primero en hablar de la era secular; el arzobispo Rowan Williams, exprimado de la Iglesia de Inglaterra y un soplo de aire fresco en la confesión anglicana, y Julián Carrón, responsable del movimiento Comunión y Liberación hasta 2021 y lúcido educador de varias generaciones. Ese diálogo es recogido en la obra Habitar nuestro tiempo. Vivir sin miedo en la era de la incertidumbre.

Paradójicamente es un hombre de Iglesia, Williams, el que sostiene que «los cristianos corren el peligro de utilizar la tradición como arma» haciéndola «tan autorreferencial que ya no se viva». Al contrario, «la crisis actual», dice Carrón, «paradójicamente está haciendo emerger con mayor claridad nuestra humanidad»; es más, las preguntas que nos asaltan en esta crisis «barren tantas convicciones que a menudo creemos sostener adecuadamente y nos introducen en nuevos descubrimientos». Taylor ilustra el aspecto positivo de nuestra época, apuntando que hoy en día «diferentes individuos, en diferentes momentos, se ven atraídos por la revelación cristiana y quieren profundizar, experimentando inmediatamente un sentimiento de afinidad, una necesidad de relación con otras personas que están realizando un viaje similar, pero no necesariamente dentro del ámbito cristiano. A veces, el itinerario también puede tener lugar en un contexto ateo». Ven y verás. No hay otro método.

Habitar nuestro tiempo (Sekotia) se presenta este jueves a las 20:00 horas en la Fundación Pablo VI (paseo de Juan XXIII, 3, Madrid).