Vivir en la carne según Dios - Alfa y Omega

Vivir en la carne según Dios

Martes de la 3ª semana del tiempo ordinario / Marcos 3, 31-35

Carlos Pérez Laporta
Jesús predicando a la multitud. Foto: DALL·E.

Evangelio: Marcos 3, 31-35

En aquel tiempo, llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.

La gente que tenía sentada alrededor le dijo:

«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». El les pregunta:

«¿Quienes son mi madre y mis hermanos?».

Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:

«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Comentario

¿En qué consiste la familiaridad con Cristo? ¿No se ha hecho hombre, encarnado, nacido de mujer? ¿Cómo desdibuja ahora la consanguinidad con los suyos? ¿Qué sentido tiene que deje en un segundo lugar lo carnal para anteponer lo espiritual? Si bastaba con hacer «la voluntad de Dios», ¿para qué tomó nuestra carne?

Porque era la carne la que tenía que someterse a Dios, la que tenía que llegar a hacer la voluntad de Dios. Toda la existencia humana tiene que cumplir la voluntad divina, y por eso dice al Padre: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; […] He aquí que vengo […] para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad» (primera lectura).

La encarnación no consiste en una invitación a vivir enla carne y segúnla carne. No se trataba de consagrar en sí mismo lo humano, de absolutizarlo. Más bien se trata en vivir en la carne pero según Dios. La voluntad de Dios sobrepuja todo lo humano y lo lleva más allá de sí. Es la vida humana vivida por y para Dios. María tenía que entender, tenía que dar un paso más en su camino de fe, y así se preparaba para la pasión. No se trataba de vivir para Jesús, como si Jesús viviese para sí, como si quien viese a Jesús no viese al Padre. El afecto de María a Jesús, carne de su carne, tenía que recorrer el mismo camino de Jesús: al amarle le amaría en su muerte, amaría su cuerpo resucitado y así su afecto ascendería con Él hasta el Padre. Tenía que amar a Cristo hasta la muerte, y por encima de ella, hasta Dios. Así nos emparentamos nosotros también con Él: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».