Vivir al soplo del Espíritu - Alfa y Omega

Vivir al soplo del Espíritu

Solemnidad de Pentecostés / Juan 20, 19-23

Ana Almarza Cuadrado
'Pentecostés'. Bóveda de la capilla del Seminario de San Juan, en Boston (Estados Unidos)
Pentecostés. Bóveda de la capilla del Seminario de San Juan, en Boston (Estados Unidos). Foto: Fray Lawrence Lew, OP.

Evangelio: Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Comentario

La Iglesia, el día de Pentecostés, retoma este Evangelio. Es una nueva invitación a volver a recordar, volver a pasar por el corazón una vez más, la fuerza y el sentido de la vida nueva a partir de la Resurrección. Jesús hoy, como lo hiciera con sus discípulos, se presenta en medio de nuestras asambleas, de nuestras comunidades, tantas veces con las puertas cerradas; cerradas por nuestras inseguridades, certezas, convicciones, normas, costumbres. Jesús irrumpe en medio, quiere abrir las puertas e incorporarnos a su proyecto de amor, a su plan de salvación, con un mensaje de paz —hoy que hay tantas zonas en conflicto y en guerra—, de alegría en medio de tanto dolor e incertidumbre. Quiere compartir y confirmar su misión a cada creyente, ensanchar su vida y su mensaje, abrir nuevos caminos, regalarnos la intimidad con Dios.

Hoy, para nuestra Iglesia, para nuestra comunidad, para ti y para mí es un nuevo pentecostés si acogemos con el corazón abierto las palabras de Jesús: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Si decimos sí a esta propuesta de vida, si la concelebramos con Él. Al igual que a los discípulos, nos envía con la fuerza del Espíritu.No vamos con nuestras fuerzas e ideas, con nuestro mensaje más o menos elaborado, sino que nuestra fuerza es el Espíritu que nos da. Jesús sopla en nuestros corazones y nos dice: «Recibid el Espíritu Santo», acoged el Espíritu, Ruah de Dios, que hace nuevas todas las cosas, que abre nuestros corazones cerrados. Espíritu que es don de Dios. Es soplo, aire, viento, fuego, luz, fuerza, calor. Es con la fuerza del Espíritu que podemos experimentar y hacer experimentar que «sus heridas nos han curado». Que el anochecer se torna en nuevo día; la inseguridad e inmovilización, en nuevas oportunidades y posibilidades; la muerte, en vida plena.

Son los mismos dones que Isaías profetiza y que cubrirán al enviado de Dios los que nos infunde, nos comunica con su soplo: «Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado» (Is 11, 2-4).

Unido a la acogida del Espíritu, Jesús propone el perdón de los pecados. Perdonar es obra del Espíritu; perdonar es obra de Dios, de la acción de su Espíritu en nuestra vida. «A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Jesús, siempre, toma la iniciativa, nos conoce, sabe de nuestros desconciertos y miedos a abrirnos a su Palabra. Y sale a nuestro encuentro. Quiere transmitirnos el perdón, la alegría de una vida atravesada por la voluntad del Padre, la paz de una vida resucitada; quiere compartir su misión, la que el Padre le ha encomendado; quiere contar con nosotros, con nosotras. La Iglesia nace para ser una Iglesia en salida, en las fronteras, para dar lo recibido: el Espíritu y el perdón.

Preguntémonos: ¿qué puertas tengo que abrir? ¿Qué tengo que hacer para que se renueve en mí Pentecostés? ¿Llevo el ADN de Jesús Resucitado para ser testigo donde estoy y donde voy?