Dios no se aleja, mora en nosotros
6º Domingo de Pascua / Juan 14, 23-29
Evangelio: Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió».
«Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
Comentario
Necesitamos la paz y vivir en paz, tanto como el pan. La paz, como la belleza, nos nutre el alma, pero también es frágil, está continuamente amenazada y en peligro de destrucción.
No son solo las numerosas guerras —las nombradas y las que no—, la polarización, la cultura del odio y del descarte, la negociación de las libertades y los derechos fundamentales y tantas otras cosas. El estado de conflicto también se manifiesta en casa, en el trabajo, en la Iglesia y en las numerosas batallas internas que los seres humanos libramos cada uno en nuestro propio interior.
Cada vida es un continuo intercambio de palabras, silencios, experiencias, decisiones, durante el cual nos afectamos los unos a los otros. ¿Somos conscientes de la violencia que podemos albergar y proyectar? Frente a la provocación de la realidad, ¿reaccionamos o respondemos?
Habitar el mundo es siempre existir en una encrucijada. Y, en ocasiones, nuestra seguridad se tambalea y el corazón se turba. Jesús, que también recorrió el camino de lo humano, lo sabe. En este Evangelio, despidiéndose de sus discípulos durante su última cena, nos infunde ánimo para aprender a vivir en la intemperie y en la incertidumbre: «Vendremos a Él y haremos morada en Él».
Dios no se aleja. Mora en nosotros, habita las criaturas y quiere ocupar el corazón de todos los seres humanos. La presencia de Dios, por tanto, no se puede encerrar solo en sagrarios ni capillas, porque está en todo lo que ha creado.
Dios no es monopolio de las iglesias; y los otros, los diferentes, no son «los sin dios». Podemos encontrar a Dios, con su presencia real y transformadora, en el mundo, regalándonos su paz: «La paz os dejo, mi paz os doy». Una paz que hunde sus raíces más allá de nuestro entramado psicológico y que proviene de la confianza y de la experiencia de unidad profunda, también con todos los seres humanos.
El Espíritu de Jesús, que nos habita, es el maestro interior que nos recuerda y nos enseña quiénes somos y cuál es el propósito de nuestra vida. Nos ayuda a mirar el mundo como si fuera la primera vez, asombrándonos ante lo bueno y lo bello que sigue aconteciendo; aunque, a veces, nuestra mirada parezca teñirse de desesperanza y la vida se empobrezca. La fe da ojos y donde hay amor, allí hay visión.
Ampliemos nuestro ángulo de percepción, entrenemos la musculatura del espíritu y pidamos con insistencia la paz, poniéndonos a su servicio. Hay quien dice que, si todos nuestros corazones estuvieran en paz, no habría guerras y el corazón del mundo volvería a latir.
Podemos preguntarnos: ¿Cómo me siento en lo más profundo de mi corazón? ¿Estoy en paz conmigo mismo y con los demás? ¿Estoy escuchando y atendiendo las necesidades de mi corazón? ¿Qué puedo hacer hoy para acercarme a un corazón más pacificado? El Dios que nos ocupa nos acompaña.