Unidos nos encontramos mejor con el Resucitado - Alfa y Omega

Unidos nos encontramos mejor con el Resucitado

Domingo de Resurrección / Juan 20, 1-9

Marta Medina Balguerías
'Aparición de Cristo a María Magdalena después de la Resurrección' (detalle) de Alexander Andreyevich Ivanov. Russian Museum, San Petesburgo (Rusia
Aparición de Cristo a María Magdalena después de la Resurrección (detalle) de Alexander Andreyevich Ivanov. Russian Museum, San Petesburgo (Rusia).

Evangelio: Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro, e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Comentario

La Resurrección es un acontecimiento que supera nuestros esquemas. Nos moviliza e invita a salir al encuentro de otros y requiere un proceso de conversión para ser conscientes de ella. De ahí que sea una experiencia tanto individual como comunitaria que amplía nuestra mirada y nos hace crecer.

En el Evangelio de este domingo, María no se queda sola con su estupor, sino que corre a buscar a Pedro y al discípulo amado. Es gracias a su aviso que ellos van al sepulcro, lo ven vacío, y el otro discípulo —el que «vio y creyó»— tiene la oportunidad de creer porque el testimonio de María lo ha puesto en camino, como a Pedro. Y en el momento de ver el signo, entiende la Escritura, experimenta una revelación.

Después de este pasaje viene la famosa escena en la que el Maestro se aparece a María y ella, al final, lo reconoce. Sin embargo, me gustaría invitarte a contemplar más despacio la escena previa, la que nos ofrece la liturgia de este domingo: cómo María, aún sumida en sus dudas, en su sorpresa y en la tristeza de haber perdido a Jesús, sale corriendo a buscar a otros. Quizá la Escritura nos invita a caminar juntos, compartiendo cada etapa del camino: no solo el momento de consolación por haber visto a Cristo resucitado, sino también el momento de incertidumbre y búsqueda. Porque ella se pone en camino, otros creen. Y ella encontrará a quien va buscando en su debido momento; pero no espera a que eso suceda para ir a por sus hermanos y comunicarles lo que ha visto y sentido.

A veces esperamos a tener claridad intelectual o espiritual para compartir lo que vivimos con otros. Cuesta salir de uno mismo cuando se está viviendo un momento de duda, vértigo, inseguridad o duelo. Y, sin embargo, cuando compartimos también esas circunstancias más complejas de la vida, otros pueden creer en el Resucitado gracias a nosotros, como nosotros renacemos por la fe gracias al testimonio de los que nos han precedido. A través de María, Cristo nos llama a buscarnos y a encontrarnos también en esos momentos de desconcierto o desorientación, porque estando unidos podremos encontrarnos mejor con Él.

El encuentro con el Señor Resucitado es personal: Él llamará a María por su nombre; y, sin embargo, es también comunitario: se abre a todos, desde el primer momento de incertidumbre hasta el momento de pleno reconocimiento y envío a la misión. El Espíritu que Jesús nos entrega renueva a cada persona y a toda la comunidad, generando —si le dejamos— dinamismos nuevos. Así, aunque el discípulo amado llega primero, deja pasar antes a Pedro. Aunque María es la primera en darse cuenta del sepulcro vacío, entenderá después que aquel discípulo. Aunque Pedro será la roca sobre la que Jesús construirá su Iglesia, no es el más rápido, ni el que primero entiende. Y la cuestión es: ¿y qué más da?

Me parece muy subversivo este relato porque nos pone ante el hecho principal de nuestra fe, la Resurrección, al tiempo que desmonta nuestros prejuicios y preconcepciones humanas. Lo importante no es discutir quién hace qué, quién es mejor o peor que quién o quién ha llegado antes o después. Lo importante es que, unidos, creamos; que juntos nos movilicemos; que el proceso de fe de cada uno sume a la edificación de toda la comunidad y no sea una excusa para establecer distinciones y poner a unos sobre otros. El Espíritu tiene la divina capacidad de generar algo nuevo partiendo de la pequeñez que cada uno aportamos a la Iglesia y al mundo. No se trata de que seamos perfectos —perfecto solo es Dios— sino de que cada uno se entregue en su vulnerabilidad, junto a los demás, que también son vulnerables.

Lo importante es, en definitiva, que mientras busquemos al Señor, que ha resucitado, y también cuando lo encontremos, salgamos corriendo a buscar a nuestros hermanos. Porque en ellos nos estará esperando y porque juntos daremos testimonio de su Resurrección para dar esperanza al mundo, que la necesita.