La gran batalla del amor
5º Domingo de Pascua / Juan 13, 31-33a. 34-35
Evangelio: Juan 13, 31-33a. 34-35
En aquel tiempo, cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
Comentario
«Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, una paz desarmante». Con estas palabras, el Papa León XIV abrió su pontificado y también su primer Regina caeli, dejando claro desde el primer momento que su mensaje y su misión están marcados por la paz. No una paz abstracta, sino aquella que nace del amor radical del Evangelio, una paz que tiene la forma de la entrega. Una entrega sin miedo, sin cálculo, como la que vivió Jesús.
Y es justamente esa la clave de este Evangelio: la gran batalla del amor. Judas acaba de salir del cenáculo. El drama de la traición ha comenzado. Jesús, sabiendo que la muerte está cerca, no responde con odio, ni con huida ni con resentimiento. Al contrario, pronuncia uno de los mensajes más revolucionarios que ha dejado a la humanidad: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado». No es solo un consejo espiritual. Es una estrategia de resistencia. Un camino para enfrentarse al mundo hostil no con violencia, sino con la fuerza desarmante del amor.
Con la muerte de Jesús, aparecerá «la gloria de Dios comprometido con él y con su causa». Y esa causa no es otra que el amor sin medida. Jesús no llama a sus discípulos a una guerra contra Roma, ni a construir un poder terrenal. Los llama a algo más radical: a dar la vida, a servir, a amar como Él lo hizo. En esa lógica no hay lugar para el odio, la revancha o la supremacía. Solo para el servicio valiente y la comunión.
Por eso, el Papa León XIV, ya en sus primeras palabras nos exhorta: «¡Con valentía! ¡Sin miedo!». Esa valentía es la que nace de saberse amado por Dios incondicionalmente, como también recordó en su primera homilía. Ser discípulo de Jesús —ayer como hoy— consiste en vivir este mandamiento nuevo, y vivirlo con el coraje de quien va contracorriente, de quien responde con ternura al desprecio, con servicio a la indiferencia, con esperanza al cinismo.
Hoy estamos también nosotros en esa transición de la Pascua a Pentecostés, del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia. Y la Iglesia solo será creíble si vive la señal que el mismo Jesús propuso: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». Esa es la batalla verdadera.
En un mundo marcado por tantas guerras, divisiones y polarizaciones, la elección del nuevo Papa y sus primeras palabras son un grito de esperanza. No vendrá la paz de tratados firmados en mármol, sino de corazones transformados por el Evangelio. La paz de Cristo no se impone, se contagia. No se conquista, se testimonia.
Que el mandato de Jesús y las primeras palabras del Papa León XIV nos inspiren a entrar, con valentía y sin miedo en esta batalla del amor. Porque solo así, como comunidad de discípulos, daremos gloria a Dios.