Villancicos que unen Ucrania y Madrid - Alfa y Omega

Villancicos que unen Ucrania y Madrid

Niños ucranianos refugiados en Madrid y escolarizados en el CEIP Padre Coloma cantan villancicos con otros compañeros en su Navidad más difícil

Begoña Aragoneses
El director y los niños cantores del Padre Coloma junto al belén de Sol. Foto: Begoña Aragoneses.

A Daria, de 7 años, le cuesta aún entender el español y devuelve las sonrisas muy tímidamente. Su mirada, asustadiza, solo se relaja cuando se cruza con la de sus padres. Llegó a España cuando estalló la guerra en su Ucrania natal. Enseguida se incorporó al CEIP Padre Coloma, en el barrio madrileño de Canillejas-San Blas. Un crisol de nacionalidades (39 en concreto), y por eso los alumnos están acostumbrados a acoger. Daria y otra treintena de niños de Primaria han acudido a cantar a la Real Casa de Correos como parte del programa navideño Villancicos en Sol de la Comunidad de Madrid. «¡Yo también quiero que me entrevistes!», revolotean ante los periodistas, porque eso de salir en un periódico les parece lo más. Giovanna, Tacuma, Ángela, Rocío… «Aunque no hayamos cantado muy bien —reconocen con toda su humildad y su sinceridad a cuestas—, lo importante es lo bien que lo hemos pasado en el autobús, que hemos estado juntos… toda una experiencia nueva que nos ha hecho mucha ilusión». Y, mucho mejor, «hemos cometido errores pero podemos aprender de ello». Solara, Noelia, Valentina, Román… Algunos han recibido las visitas de sus padres; en otros casos no ha podido ser, pero, como dice Álex, «estoy feliz porque seguro que alguien de los que estaba aquí, de alguna manera, me va a recordar por esto».

Ronda de coros

Hasta el 23 de diciembre, a diario, tres colegios por la mañana y dos coros o agrupaciones profesionales por la tarde amenizan las visitas al belén instalado por la Comunidad de Madrid en Sol. En total pasarán por la Real Casa de Correos un centenar de agrupaciones con miniconciertos de media hora. Los alumnos del Padre Coloma compartieron escenario con los del CEIP Príncipe de Asturias y los del Colegio Tajamar. Igualmente lo ha hecho la Escolanía Diocesana Virgen de la Almudena.

Les preguntamos por los otros nueve niños ucranianos refugiados que llegaron al cole en marzo. «Al principio no nos entendían mucho, ¡no sabían pedir ni una barra de pan!», cuenta Diego, chispeante. «Pero aprenden muy rápido y les intentamos apoyar». En general, reconocen, «los vemos más contentos» y, como apunta Román, «ya tienen bastante confianza en nosotros». Cuando llegaron, y esto lo señala la directora del centro, Carmen Pascual, «estaban tristísimos». Les costaba relacionarse, jugar con los otros niños, «lloraban mucho, no querían comer…». Eso sí, «lo primero que aprendieron a decir fue perdón, por favor y gracias».

La comunidad educativa se involucró al máximo. Y aquí jugó un papel fundamental Svetlana, ucraniana con más de 15 años en España, que tenía ya en Madrid a su hija Mariana y a su nieta Ilariona. Esta última, también cantante. Fueron ellas las que, junto a Andrei, profesor y director del coro, capitanearon la labor de integración. Ayudaron también los profesores y los padres con actividades como un mercadillo solidario de ropa para que a los recién llegados no les faltara de nada. Ahora, los niños están «totalmente integrados, ¡deseando que no llegue el fin de semana! Se le ha sacado muchísimo bien a esta situación», reconoce la directora. A Adriana, por ejemplo, lo que más le gusta «es mi clase». A Kira le encanta jugar al pillapilla, las luces de Navidad que han puesto en Madrid y los polvorones. Casualmente «el turrón no», afirma tajante.

Ilariona, Kira, Daria, Adriana y Víctor, tras acabar el concierto. Foto: Begoña Aragoneses.

Ambiente familiar

No va a ser una Navidad fácil para los ucranianos en Madrid. Svetlana, del este del país, tiene a sus padres allí. De momento hay gas, pero la luz va y viene, «cuatro horas sí, cinco no…». Reconoce que no está para muchas celebraciones, aunque en casa ya han puesto el árbol y los niños, al fin y al cabo, son siempre una alegría. Como también lo es cantar villancicos. Para los pequeños ucranianos integrantes del coro —a Daria, Ilariona, Adriana y Kira se suma Victor— «es una forma de preparar la Navidad», sostiene Andrei, aparte de una manera más de integrarse. «En este colegio hay un ambiente muy familiar, y el coro es parte de esa familia». Además, «la música no tiene fronteras» porque despierta sentimientos, asegura, que son universales. Una forma de unirse con los que aún están en la guerra, como el padre de Kira, al que no ve desde hace nueve meses. Porque en Ucrania, desvela el director del coro, «hay una tradición muy arraigada» de villancicos. De hecho, nos desmonta un mito: el tradicional Shchedryk no es norteamericano, sino ucraniano, y este año está de centenario. Aunque a Daria el que más le gusta es Noche de paz. Que, por cierto —este sí—, han cantado como los ángeles.