Una vacuna frente al suicidio
En 2020 fue la primera causa de muerte externa. Como pide el Papa, «procuremos estar cerca de los que están desesperados»
El Instituto Nacional de Estadística (INE) informó la semana pasada de que en 2020 hubo 493.776 muertes en España, lo que supone un incremento de 75.073 personas respecto a 2019, atribuible fundamentalmente a la pandemia. De hecho, el exceso de fallecimientos casi coincide con la suma de los 60.358 causados por COVID-19 identificada y los 14.481 en los que hubo síntomas compatibles, a los que se pueden incorporar 8.275 producidos por otras causas naturales, pero en los que el coronavirus añadió complicaciones.
Tras la experiencia de perder a tantas personas queridas con nombre y apellidos, que nos ha dejado «profundamente tocados» en expresión del cardenal Omella, hoy ocho de cada diez ciudadanos ya están vacunados y esta época, tan dura hace un año, se puede afrontar con moderado optimismo. Frente a la exageración de quienes hasta niegan la pandemia –afortunadamente minoritarios– y la de quienes quieren coartar la libertad individual –como ya hacen varios países al señalar a los no vacunados–, que la tasa de vacunación sea tan alta en España denota la confianza en la sanidad pública y el deseo de poder pasar tiempo con familiares y amigos sin ponerlos en riesgo.
Esta sana y necesaria preocupación por los demás, que suele quedar patente en los peores momentos, debería llevarnos, asimismo, a fijarnos en otro dato del INE: el máximo histórico de suicidios. En 2020 se mantuvo como la primera causa de muerte externa con 3.941 fallecimientos, por encima de otras como caídas accidentales (3.605 muertes), ahogamientos (2.913) o accidentes de tráfico (1.463). Como pide el Papa en sus intenciones de oración de noviembre, «procuremos estar cerca de los que están agotados, de los que están desesperados, sin esperanza», y trabajemos para que «reciban apoyo» y «una luz que les abra a la vida». Seamos esa vacuna que los ayude a encarar el futuro con optimismo.