Enfermedad mental: del estigma a la integración - Alfa y Omega

Enfermedad mental: del estigma a la integración

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Usuarios y trabajadores de El Buen Samaritano, en el huerto de la fundación. Foto: Fundación Buen Samaritano

Cuando Susana llegó a la Fundación El Buen Samaritano, después de mucho tiempo de lidiar con la enfermedad mental, «había perdido un montón de habilidades y todo se me hacía pesado», pero con el paso del tiempo «fui cogiendo rutinas y fortalezas, empecé a avanzar poco a poco, y eso me ha permitido crecer, hasta llevar ahora una vida normalizada en todos los aspectos».

Esta mujer es una de las casi 1.000 personas diagnosticadas de enfermedades mentales graves y duraderas que han pasado por la fundación en sus 20 años de existencia, efeméride que acaba de celebrarse en Madrid. Enfermedades como esquizofrenia, trastornos maniaco-depresivos, trastornos depresivos graves y recurrentes, trastornos paranoides y otras psicosis, además de otras discapacidades y dificultades en su funcionamiento psicosocial. Con su labor, El Buen Samaritano ha contribuido a hacer desaparecer en Madrid el estigma de la enfermedad mental, favoreciendo el bienestar de los enfermos y también de sus familias.

«A mí en la fundación me han ayudado a tener cada vez más capacidades, a ser más fuerte y a estar integrada totalmente en la comunidad. Me ha dado autonomía, autoestima y muchas satisfacciones», dice hoy Susana. «Me han ayudado a conseguir un trabajo y lanzarme al mercado laboral. Me estuvieron atendiendo profesionales, psicólogos y terapeutas. Al principio, recibía formación en los talleres y me fortalecía en las rutinas y las habilidades laborales, y cuando me afiancé me propusieron trabajar para la fundación, en el mantenimiento y limpieza del taller de jardinería. Y allí llevo ya ocho años».

Este recorrido le ha permitido «poder saber cómo tratar a las personas, no ser brusca y dar a cada una su espacio de recuperación». «Estoy encantada de todo lo que he recibido», asegura

En los locales de una parroquia

La historia de El Buen Samaritano surgió a mediados de los años 90, cuando desde la Vicaría VI se desarrollaron unas Jornadas de Pastoral de la Salud en torno a las necesidades de atención de los colectivos más desfavorecidos, que no estaban siendo cubiertas por los servicios sociales del Distrito de Carabanchel. De esta manera se detectó la necesidad de desarrollar acciones específicas para personas con enfermedad mental grave, ante lo que el Servicio de Salud de Carabanchel cedió algunos profesionales varias horas a la semana.

Los comienzos fueron humildes. Los profesionales atendían inicialmente a diez personas, en unos locales cedidos por la parroquia de Nuestra Señora del Sagrario. «Fueron años de mucho trabajo altruista, realizado con entrega, compromiso y dedicación, por los que pasamos a atender a más de una treintena de personas al año», afirma Antonio Javier Naranjo, responsable del Área Financiera-Administrativa de la Delegación Episcopal de Fundaciones y gerente de El Buen Samaritano.

Pasó el tiempo y el 11 de noviembre de 1998 aquel grupo de voluntarios y profesionales se constituyó como entidad jurídica, y se pusieron en marcha distintos programas.

La fundación se hizo poco después con un local propio y accedió a ayudas públicas de la Comunidad de Madrid para las personas con enfermedad mental. Gracias a ello puso en marcha en noviembre de 2003 tres recursos de atención diurna: el Centro de Rehabilitación Psicosocial, con 65 plazas al mes; el Centro de Rehabilitación Laboral, con 50 plazas al mes; y el Centro de Día, con 30 plazas al mes, todos en Carabanchel. Dos años después se incorporó a la fundación un nuevo recurso, el Centro de Rehabilitación Laboral de Villaverde, con 55 plazas al mes; y en junio pasado el Centro de Rehabilitación Laboral de Arganzuela, con una oferta de 30 plazas al mes.

Uno de los usuarios de la fundación. Foto: Fundación Buen Samaritano

Visibilidad y derechos

Pero la fundación también realiza una importante labor se sensibilización a la sociedad, gracias a acciones de lucha contra el estigma que se da sobre las personas con enfermedades mentales, con el objetivo de ofrecer una imagen realista y aumentar su visibilidad como ciudadanos de pleno derecho. «Acudimos a colegios, institutos y universidades para impartir sesiones informativas desarrolladas tanto por profesionales como por algunas personas que atendemos», cuenta Naranjo. «También participamos en talleres lúdicos y formativos, exposiciones de fotografía y de pintura, y cualquier otra colaboración que nos permita integrarnos en el entorno comunitario».

Actualmente, El Buen Samaritano cuenta con 55 profesionales, entre psicólogos, terapeutas ocupacionales, educadores sociales y trabajadoras sociales. Un 20 % de su plantilla está formada por personas con discapacidad. A todos ellos se suman los 400 alumnos de distintas especialidades sociosanitarias –psicólogos, terapeutas ocupacionales, educadores sociales, enfermeros, psiquiatras, integradores sociales– que han pasado por la fundación en estos 20 años. Y más de 90 voluntarios, que son «una pieza imprescindible dentro de nuestra fundación y participan codo con codo en tareas de apoyo en intervenciones grupales».

También con la familias

La labor de la fundación se extiende también a los familiares de los enfermos, 2.760 en total en estos últimos 20 años. Como Jesús y Ana, que se muestran «agradecidísimos» a la fundación, porque «nos han ido haciendo ver y comprender los cambios de nuestra hija, que yo como padre antes no aceptaba», reconoce Jesús. «Yo no sabía lo que era hasta que me han hecho darme cuenta de lo que pasaba –afirma–. Mi hija y yo discutíamos mucho y ahora ya sé cómo funciona la enfermedad que tiene. Y a través de la terapia que le están dando en la fundación ha mejorado. Estamos agradecidísimos».

Jesús cuenta también que junto a otros padres «hacemos terapia y nos reunimos para compartir nuestras experiencias. Todos los profesionales nos han ayudado mucho. Ahora nuestra hija está más tranquila, y nosotros también».

Para Antonio Javier Naranjo, en definitiva, es en iniciativas como esta fundación «donde la Iglesia se implica directa y activamente en la atención de las personas con enfermedad mental, a través de voluntarios laicos y religiosos, dando apoyo a sus familias y favoreciendo su integración social y laboral».

«Es una realidad que está entre nosotros, no hay que encubrirla, ni dejarla solo a las familias»

«¿Qué le pasará a esta sociedad si no nos gastamos todos, si no nos ponemos todos manos a la obra para ayudar a los más vulnerables que tenemos alrededor?», interpeló el obispo auxiliar José Cobo durante un acto en el CaixaForum de Madrid para celebrar el XX aniversario de la Fundación El Buen Samaritano.

La escritora, periodista y psicóloga Irene Villa dio durante el acto un conmovedor testimonio sobre su atentado y su recuperación, y resaltó: «Qué importante es tener alguien que cree en ti, como hace la Fundación El Buen Samaritano», porque «necesitamos personas útiles que se sientan útiles».

Por su parte, el prelado de Madrid puso el acento en «las personas que se quedan en los márgenes, los que no tienen redes sociales, o que no tienen familia», con los cuales trabaja esta fundación diocesana, «que no surgió por interés o conveniencia, sino por dignidad, para reafirmar la dignidad inviolable de cada persona, sea como sea».

José Cobo resaltó que «la enfermedad mental es una realidad que está entre nosotros, no hay que maquillarla o encubrirla, o dejar que los familiares la sufran en soledad». Y no solo eso, sino que «cada enfermo es un milagro, no es un problema. Los enfermos nos enseñan a vivir, nos enseñan cómo es la vida, que no es lo que sale en la tele…». En este sentido, destacó que «no hay vida plena sin contar con el sufrimiento y la enfermedad, que son un mensaje a nuestro mundo», porque «la debilidad es parte de la vida, y el sufrimiento tiene un poder infinito, incalculable».

En su relación con el entorno social, «es a la sociedad en su conjunto a la que le compete atender a todos los seres humanos. Es tarea de todos y entre todos, también de las instituciones públicas y privadas, para que no dejemos a ninguno de lado. A todos ellos les queremos llevar cariño, y ofrecerles una profesionalidad con alma», concluyó el obispo.