Cobo, en el Domund: Los misioneros «son los mejores embajadores de Dios»
El cardenal ha presidido una Misa en la Almudena a la que ha asistido José María Calderón, director de Obras Misionales Pontificias España
«Id e invitad a todos al banquete». Así ha empezado la homilía el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, en la Misa que ha presidido en la catedral de la Almudena este domingo, 20 de octubre, Jornada Mundial de las Misiones, tradicionalmente conocida como día del Domund.
Con la presencia de José María Calderón, director de Obras Misionales Pontificias España, y de Manuel Cuervo, delegado episcopal de Misiones, la catedral ha acogido la celebración en un día en el que la Iglesia invita a rezar de manera especial por los misioneros y a colaborar con las misiones. El cardenal José Cobo ha recordado que «misión y regalo» son las dos palabras clave que reúne la celebración de este domingo: «Las dos forman parte de lo más precioso de la identidad de la Iglesia. La misión es la razón de ser de la Iglesia […] la Iglesia existe para evangelizar, le gustaba decir a san Pablo VI, y evangelizar no es otra cosa que llevar hasta los confines del orbe el regalo de la Buena Noticia de Dios. Su mensaje es que Dios ama apasionadamente a la humanidad y nos da una dignidad especial que a veces destrozamos».
Ir e invitar también nos recuerda que quien nos llama a la misión «es el mismo Jesucristo, que nos convoca esta mañana a este banquete de la Eucaristía. […] Él está esperando que demos un paso nuevo y su invitación no excluye a nadie, ni tiene favoritismos o atajos. Como los discípulos que se disputan los lugares de preferencia, también nosotros a veces buscamos nuestros “enchufes”», ha apuntado el arzobispo de Madrid. Pero «en Jesucristo no hay más preferencia que la de ser el servidor de todos, el hacerse pequeño con los pequeños, o el ser pobre de espíritu. El resto son caminos falsos».
En esta jornada del Domund, que nos recuerda que «somos una Iglesia en salida», nos tendremos que dar cuenta —ha subrayado el cardenal— que «no existimos para nosotros mismos, sino para la misión, que quiere alcanzar a todos; especialmente a quienes, en cualquier parte del mundo, están necesitados de la Palabra de Dios».
Jesús es el regalo
Al igual que Cristo mismo es la misión, también es el regalo: «En un mundo globalizado, convulso, atrapado por guerras fratricidas, desplazamientos forzosos y hambrunas, solo Él es capaz de sacarnos de nuestros bucles y de arrancar de cuajo el mal que se instala en nuestros corazones y, en lugar de invitar, cierra puertas y pone muros».
Por eso, mientras Jesús sube a Jerusalén, agotado, abandonado hasta por los suyos, solo le queda Dios Padre: «Ahí nos recuerda la dureza y la soledad terrible que la misión acarrea y que, a veces, acaba en el fracaso, en las últimas filas o incluso en el martirio.». Cobo ha remarcado que los misioneros, clérigos, religiosas y religiosos y laicos «son los mejores embajadores de Dios en nuestro mundo, que no dudaron de alejarse de sus raíces para hacer que la Buena Noticia de Jesucristo diera frutos abundantes. Frutos dados entre sufrimiento y no sujetos a los triunfos o éxitos humanos, sino a la lógica de la Cruz».
«Los misioneros son una joya preciosa de la que nos sentimos orgullosos. No queremos que estén solos. Nuestro mundo no necesita grandes discursos, sino el testimonio sencillo y creíble de quienes hoy queremos hacer entrañablemente presentes en esta Eucaristía», ha señalado. Asimismo, «en nombre de Jesús, todos somos convocados a salir a las cruces de los caminos, en nuestro propio hogar y en nuestras propias familias. Las personas más vulnerables, los más pobres, los excluidos, los enfermos, los que estáis solos, sentíos especialmente convocados a este banquete que no es para perfecto, sino para vosotros», ha subrayado el arzobispo de Madrid.
Recordando el Sínodo que vive en estos momentos la Iglesia, el cardenal José Cobo ha recordado que «todos somos convocados a la comunión, a la participación y, este día muy especialmente, a la misión». Ha dado las gracias a los misioneros y misioneras «por hacer visible, creíble y significativo a Dios en los lugares más recónditos del planeta. Gracias porque no os habéis peleado por los primeros puestos de honor, como los Zebedeos, sino que habéis aspirado precisamente a los últimos y más difíciles. Gracias porque os habéis empeñado en seguirle a paso ligero y no por sentaros a su derecha e izquierda». Por último, ha dado «gracias también muy especiales a quienes desde casa, postrados y doloridos por la enfermedad, la soledad o los años, sois no menos misioneros que los primeros, al modo de Teresita de Lisieux, patrona universal de las misiones sin haber abandonado su tierra».