Una familia para los niños que se quedan sin familia
El Hogar San Ramón y San Fernando de Loja (Granada) acoge a menores tutelados por la Administración: desde migrantes solos hasta niños que han sufrido abusos en el entorno familiar
Acoger, proteger y preparar para dejar marchar es el lema del Hogar San Ramón y San Fernando de Loja (Granada), un centro de menores tutelados por la Administración que gestionan los Hermanos de La Salle desde 2002, cuando tomaron el relevo de las Hermanas Mercedarias de la Caridad. Una frase que se cumple en Abde Chebane, que ingresó con 13 años tras arriesgar su vida en los bajos de un camión y dejar una casa pobre y sin luz en Nador por una nueva vida en España. Lo rescató la Policía en Motril, «sucio y con sangre en las manos» —como él mismo reconoce— y hoy es un ciudadano más en Loja, con un trabajo estable. «Llegué como un niño y hoy soy un hombre», admite en conversación con Alfa y Omega. Y este cambio se produjo gracias a los seis años que pasó en el hogar. Allí encontró una familia, un educador de referencia y un lugar seguro para crecer en todas las dimensiones. Terminó Primaria, luego Secundaria e hizo Formación Profesional en la especialidad de electricidad y electrónica. Ahora trabaja en tareas de mantenimiento en una empresa de congelados, también en Loja. «No me quería ir de aquí. Ya conozco a casi todo el mundo», añade. Aunque ya se ha emancipado, sigue teniendo como referencia el hogar: «De vez en cuando me pasó por allí. Siempre me echan una mano cuando necesito algo. Es la familia que tengo en España. Allí conseguí mis papeles, mis estudios y mi trabajo». Abde fue, además, el protagonista de un documental publicado este año, Seres de luz, que recoge la historia de tres extutelados que han pasado por este recurso.
En los últimos diez años, el centro ha pasado de contar con doce plazas a las 24 actuales, y ha atendido a más de 100 menores de nueve nacionalidades, con una edad media de 12,5 años y un promedio de estancia de dos años y medio. Además, la dirección consiguió implicar durante este tiempo a 26 familias como colaboradoras, de las que nueve continúan. También han creado 40 puestos de trabajo en la localidad, y más de la mitad se mantienen.
El Hogar San Ramón y San Fernando se convirtió en ejemplo de protección de menores en la última reunión de los responsables de las oficinas dedicadas a la protección de menores y la prevención de abusos de diócesis, congregaciones y otras instituciones eclesiales. El director, José Antonio Soto, habló en Madrid del abuso en contextos de marginalidad.
Por sus dimensiones y la capacidad, los casos que suelen atender son difíciles. A los migrantes menores no acompañados como Abde hay que sumar chicos y chicas cuyo acogimiento familiar ha fracasado, o niños que han sufrido abusos en el entorno familiar y sus padres pierden la patria potestad, así como otras situaciones especialmente delicadas de las que no se pueden dar detalles, explica el director del centro, el hermano de La Salle José Antonio Soto, en entrevista con este semanario.
Junto con un lugar para vivir, el hogar ofrece actividades como apoyo escolar, talleres de autoestima y habilidades sociales, acompañamiento personalizado y atención psicológica. Los fines de semana las actividades se centran más en el ocio, con juegos y excursiones. El centro se divide en módulos convivenciales con entre seis y ocho menores, donde se mezclan chicos y chicas. Otra de las peculiaridades es que está formado por religiosos y seglares, todos bajo el paraguas del carisma de La Salle. Forman una única comunidad, maduran la fe y trabajan juntos, aunque solo los religiosos viven en el hogar. Entre 2016 y 2020 fue un proyecto intercongregacional, ya que se implicaron dos religiosas de la Pureza de María. Las necesidades de esta congregación hicieron que tuviesen que abandonar. «Fue muy positivo, pues los chicos pudieron tener referentes masculinos y femeninos», añade Soto.
Prevención de abusos
Con el foco mediático de los abusos a menores en la Iglesia y también en centros de tutela —hay casos abiertos en varias comunidades autónomas—, los religiosos se toman muy en serio la prevención. De hecho, Soto cree que hay cosas más importantes que los protocolos. Por ejemplo, explica el director, «la persona que trabaje con menores tiene que conocerse muy bien, saber cuáles son sus debilidades y fortalezas. Es una tarea en la que las emociones, los sentimientos y la afectividad están a flor de piel continuamente. A mí, que llevo 15 años trabajando con menores, se me ha venido el mundo encima al conocer determinados casos. Es importante conocerse y saber pedir ayuda».
Otra clave es la relación entre el equipo de profesionales, que debe estar «unido» y tener espacios para expresarse. «Nosotros tenemos reuniones en las que no se habla de los niños, sino de nosotros. De cómo estamos, de cómo nos sentimos, de cómo vivimos esta u otra situación…», agrega. Y, finalmente, conocer al chico o a la chica, porque al hacerlo «podremos entender mejor ciertos comportamientos». «Hacer todo esto ya evita que pueda haber abusos», explica el religioso.
Saben que esta cuestión es especialmente delicada, porque son muy conscientes del daño que causa el abuso. Muchos de los niños que acogen llegan con esta terrible herida. «Son procesos lentos, donde hay que crear un vinculo con el chico o chica para que empiece a mostrar sus sentimientos, miedos… El abuso no se supera. Lo que sí podemos hacer es enseñar a vivir de una forma equilibrada, sin resentimiento ni dolor», concluye.