Ni delincuentes ni menas, solo niños que buscan un hogar - Alfa y Omega

Ni delincuentes ni menas, solo niños que buscan un hogar

El Departamento de Migraciones de la CEE lanza una guía para mostrar la realidad de los menores y jóvenes migrantes solos y movilizar a los fieles y a las parroquias

Fran Otero
Un menor marroquí observa la ciudad de Ceuta, objetivo para muchos chicos que finalmente llegan solos a España. Foto: Efe / Mohamed Siali.

El religioso escolapio Joan Prat conoce muy bien las situaciones que tienen que soportar los niños y jóvenes migrantes que llegan a España solos. No es únicamente la experiencia de un viaje lleno de peligros y abusos, es también la acogida y el trato que se les ofrece en un país que debería protegerlos y acompañarlos en una edad tan sensible. Para muchos, estos chicos no son más que delincuentes, menas (acrónimo de menores extranjeros no acompañados), una fuente de problemas. Prat, que coordina varios pisos para jóvenes en esta situación en Cataluña –dentro de la Fundación Servei Solidari, apoyada por la Escuela Pía de Cataluña–, ha comprobado con sus propios ojos el rechazo que genera la sola presencia de estos chicos. «La de conflictos que he tenido con los vecinos por causas no objetivas. Desde que llegan, todo lo que pasa en la finca empieza a ser culpa de ellos. En un caso, se les responsabilizó de problemas que habían sido provocados por un piso turístico», añade.

Precisamente, para acabar con los prejuicios como los que relata el religioso, también presentes dentro de las comunidades de Iglesia, el Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE) acaba de publicar la guía Niños, niñas y jóvenes migrantes solos. Cómo acompañar desde la Iglesia, un proyecto que surgió a raíz de unas jornadas celebradas a finales de 2020 sobre este tema y que ha dado forma en los últimos dos cursos a un grupo asesor, formado por personas y entidades de Iglesia especializadas en este campo.

Claves para acoger

Conocer la realidad social del entorno de la parroquia e ir al encuentro de los jóvenes, en espacios públicos u otros lugares que frecuenten.

Habilitar espacios parroquiales o zonas de convivencia para estancia temporal con actividades formativas, lúdicas o de encuentro.

Organizar talleres para conocer las culturas de origen de los jóvenes migrantes, así como para modificar positivamente las narrativas en torno a las migraciones.

Ayudar a desmontar bulos y evitar discursos agresivos por redes.

Buscar jóvenes o adultos de referencia que puedan apoyar a quien necesita refuerzo escolar, acompañamiento sanitario, regularización…

Implicar a comunidades religiosas en el discernimiento y en el trabajo en red.

Sor Francisca García, hija de la Caridad, es una de ellas. Aunque en estos momentos trabaja con jóvenes solicitantes de protección internacional, ha desarrollado gran parte de su trayectoria cerca de los menores migrantes que llegan solos a España. También en centro públicos como el de Hortaleza, en Madrid, cuando las religiosas trabajaban en ellos. «El objetivo fundamental de la guía es sensibilizar a las personas de Iglesia y mostrarles que existe una realidad social de menores y jóvenes que están en la calle, cerca de nuestras parroquias. Queremos que los miren de otra manera; no como un peligro, sino como personas que necesitan ayuda. La Iglesia no puede mirar para otro lado. Tenemos una obligación moral de no etiquetarlos y dar una respuesta», explica a través de videollamada con Alfa y Omega. La acompaña Noelia Hidalgo, de la Federación de Plataformas Sociales Pinardi, de los salesianos, que señala que la Iglesia debe liderar «un movimiento de comprensión y esperanza hacia estos niños». «Están en una edad clave y formarán su identidad en función de cómo los acojamos. Incluso en ambientes de Iglesia no se les ha dado la mejor acogida», añade.

La guía explica quiénes son estos niños: la mayoría tienen entre 14 y 17 años y proceden del norte de África, principalmente de Marruecos y Argelia. Dejan sus países por la pobreza, por situaciones sociales y políticas injustas, por falta de expectativas, desestructuración familiar, catástrofes naturales, violencia y abusos, trata… Y buscan protección y seguridad, una sociedad más justa y humana, un trabajo, una vida digna.

«Son víctimas, y es la mirada que deberíamos tener sobre ellos. Han sufrido violencia y guerras, por ejemplo, en Libia, por donde han pasado muchos. Otros han sufrido violencia económica porque no tiene futuro en sus países, o han padecido por los ambientes familiares. Este trasfondo puede ayudar a entenderlos. Si nos ponemos en su piel, la mirada cambia», añade Joan Prat.

«Si ponemos la política por delante del Evangelio, tenemos un problema»
José Cobo
Obispo

Para José Cobo, obispo auxiliar de Madrid y responsable del Departamento de Migraciones de la CEE, lo fundamental es poner el foco en que «son niños y niñas que buscan un hogar». «No son ni números ni delincuentes. Buscan un hogar seguro, que es un derecho humano, vengan de donde vengan. Esta dimensión se ha perdido. Una sociedad no puede tener otros relatos por encima de los derechos humanos», subraya en conversación con este semanario.

Además de reivindicar «una mirada humanitaria» frente «a los discursos deshumanizantes», Cobo recalca que, como el propio Jesús, la Iglesia tiene que poner a estos niños en medio y «partirse la cara por ellos». «Si no lo hacemos, habremos perdido la esencia de lo que somos y olvidado el Evangelio. Si ponemos el discurso político por delante del Evangelio, tenemos un problema. No son delincuentes; hay que promover otra mirada», concluye.

En este sentido, la guía, que fue presentada este martes, propone a los fieles y a las comunidades que se acerquen a los lugares donde están estos chicos para detectar sus necesidades y responder con pequeños gestos: que velen por el cumplimiento de sus derechos; que fomenten recursos de acogida; que favorezcan el diálogo interreligioso, o que eliminen prejuicios y formen agentes de pastoral. «Si somos capaces de sensibilizar a las personas de fe, algunas parroquias podrían ser entornos de acogida. Sería una luz», concluye sor Francisca.