Una encíclica para hoy - Alfa y Omega

Una encíclica para hoy

Alfa y Omega

«Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva»: son líneas de la primera carta encíclica de Benedicto XVI, titulada Dios es amor. Está dirigida a los obispos, presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos, y desde el principio deja claro el Papa que es una encíclica sobre el amor cristiano. Pocas líneas más adelante explica que el término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa.

Ya antes de ser promulgada la encíclica, algunos se han preocupado por adelantar que no se trata de una encíclica programática; pero, desde el primer momento de su pontificado, Benedicto XVI se preocupó de señalar nítidamente que su programa sólo es y sólo puede ser uno: Jesucristo. Eco, sin duda, de las palabras, rotundas y lucidísimas, de su predecesor en la carta apostólica Al llegar el nuevo milenio: «No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!». ¿Cabe más y mejor programa que el amor, que Dios mismo, que Cristo mismo?

Le importa mucho al Papa dejar sentado que, ante todo y sobre todo, Dios es amor, y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él. Y por eso no es posible que difieran en su raíz, y menos que se contradigan, el amor humano y el amor divino. En un mundo como el actual, donde se quiere arrancar de su raíz divina la realidad del matrimonio y de la familia, y donde a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza, o incluso con la obligación del odio y de la violencia, la presente encíclica cobra una actualidad inusitada, y con un significado muy concreto. Nada, pues, de elucubraciones teóricas ni de misticismos abstractos; todo lo contrario; es una encíclica sumamente práctica. Desde las afirmaciones iniciales de que el eros, degradado a puro sexo, se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender, hasta las conclusiones finales de que el amor es un servicio, de que la actividad caritativa cristiana no se puede confundir con mera asistencia social y ha de ser independiente de partidos e ideologías: expresión genuina de la presencia viva del mismo Cristo.

Subraya con firmeza el Santo Padre que es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia no se diluya en una organización asistencial genérica; que los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención, sólo técnicamente correcta. Necesitan humanidad, necesitan atención cordial. Dice el Papa, a todo aquel que quiera escucharle con buena voluntad, que la actividad caritativa cristiana no es un medio para transformar el mundo de manera ideológica, y no está al servicio de estrategias mundanas; a un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien, aquí y ahora, en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. ¿Habrá alguien que, después de leer esto, pueda decir que ésta no es una encíclica social, además de profundamente teológica?

¿Y qué significa social, en cristiano? Si no es posible separar el amor del hombre y la mujer del amor de Dios, tampoco es posible separar el dar de comer del anuncio explícito de Jesucristo. Con demasiada frecuencia aparece, en no pocos miembros de la Iglesia, el terrible dualismo: dar de comer, o anunciar a Jesucristo, decantándose por primero, dar de comer, y después ya vendrá la fe. ¡Dios, convertido en añadidura! ¿Cabe mayor barbaridad, no ya contra la verdad de Dios, ¡sino contra la verdad del hombre!? Benedicto XVI, en esta breve y grandísima encíclica, rompe todo este demoledor dualismo, demoledor de la fe, del Pan de vida eterna, ¡y no menos demoledor del pan material!

El Papa no se queda en postulados y reflexiones. Señala caminos, pistas concretas de actuación: «Ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y que, en realidad, nada construye, ni ceder a la resignación que impediría dejarse guiar por el amor y así guiar al hombre». El amor, es decir, la caridad, hoy, aquí y ahora, está unido indisolublemente a la fe y a la esperanza. La esperanza se relaciona con la paciencia, que no desfallece, ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de él, incluso en la oscuridad. «Por eso —concluye el Papa—, ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración, ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo». ¿Un ejemplo concreto? Los santos y María, madre de Dios y madre nuestra, a la que el Papa define como «una mujer de esperanza, y una mujer que ama».