Una destilería dentro de los muros conventuales - Alfa y Omega

Una destilería dentro de los muros conventuales

Los trapenses de San Pedro de Cardeña, herederos del primer milagro de Jesús, comercializan su propio vino, un licor de 38 grados y una cerveza triple malta

José Calderero de Aldecoa

Todo sucedió en unos breves instantes. Los esposos, que no calculan bien; la Virgen, que se da cuenta de la situación y conmina a su Hijo a actuar, y Jesús, que convierte el agua en un vino de excepción. Los trapenses de San Pedro de Cardeña, que cuentan con su propia bodega, son herederos de aquel primer milagro de Cristo sobre la tierra, pero su brebaje requiere de una maduración de 16 meses en barrica de roble americano para estar listo para su comercialización, cosa que hacen bajo la marca Valdevegón.

En los anales de la relación entre los monjes y el vino también aparece san Benito. «Está muy asociado a su regla
–que es la que seguimos nosotros–, que permite ingerir un poco a diario», explica fray Roberto, superior de la comunidad. En el capítulo 40, «La tasa de la bebida», se habla de «beber con moderación sin llegar hasta la ebriedad» y dice que «es suficiente» con «una hemina de vino al día para cada uno». De esta forma, los monjes del cenobio burgalés beben de forma habitual, aunque un elixir de una calidad algo inferior a la que comercializan que tan solo ha permanecido cuatro meses en las barricas.

La producción de vino por parte de los trapenses de San Pedro de Cardeña comenzó cuando estos recalaron en el monasterio, en el año 1942. «De forma casual se descubrió que en los sótanos del norte del monasterio había una bodega». El problema es que estaba toda anegada de tierra. «Pero con la ayuda de un amigo del monasterio, que era enólogo, fuimos dando los pasos para ponerla en funcionamiento como un nuevo recurso de sostenimiento económico».

En la actualidad, de la bodega salen en torno a 50.000 botellas de un vino realizado con 85 % de uva tempranillo,
10 % garnacha y un 5 % de graciano. Todas ellas, sin embargo, procedentes de viñedos externos al monasterio. «El clima en el que nos encontramos, demasiado frío, impide la correcta maduración de la uva. Ya en la Edad Media, los monjes tenían viñedos en la ribera del Duero y la ribera del Ebro y, tras la vendimia, se traía aquí para su envejecimiento».

Con nombre de héroe

Más allá del Valdevegón, San Pedro de Cardeña también es conocido por su licor artesanal Tizona, «cortante y afilado como la espada del héroe castellano –el Cid Campeador– de la que toma nombre», sugiere la publicidad monástica. Una bebida destilada, de 38 grados, que resulta digestiva «si se toma con moderación», advierte el superior.

Se trata, de hecho, del primer líquido que salió de los muros de este monasterio, una vez que el edificio llegó a manos de los trapenses. «Es una fórmula del siglo XVIII. Nosotros la recuperamos. Se la compramos a quien la tenía y comenzamos con su elaboración», detalla fray Roberto. De esta labor se encarga el hermano tizonero, que realiza todo el proceso, «desde la recolección de los 28 ingredientes hasta la comercialización». Es verdad que «hay hierbas que compramos fuera, como el anís estrellado o la canela, porque son hierbas exóticas». Pero el resto «las recogemos por aquí, como la flor de sauco, el laurel, la manzanilla o la miel en rama».

Hay un tercer manjar que desarrollan estos trapenses burgaleses: cerveza artesanal. «Ha sido una adquisición reciente», reconoce el superior. La comunidad reflexionaba sobre cómo podía obtener una nueva fuente de ingresos y «pensamos en la cerveza, inspirados en nuestros hermanos de Bélgica y Holanda, que hacen una cervezas de mucha calidad». Ellos fueron quienes pusieron a la monjes en contacto con distintos cerveceros españoles, que «nos fueron aconsejando». Las dos opciones que se plantearon fueron «poner la cervecería en el monasterio, o simplemente que nos hicieran la cerveza fuera con la fórmula propia». Los religiosos se decantaron por la segunda opción. «No sé si con el tiempo nos lanzaremos a poner una cervecería aquí», concluye el fraile.

Antigua y premiada

«Tenemos documentos que atestiguan que ya en el siglo X los hermanos tenían viñas. La bodega data del XI», asegura fray Roberto. Y hasta hace poco era la única gestionada por monjes. «Ahora creo que también nuestros hermanos de la Oliva han puesto en funcionamiento la suya». De ella han salido vinos premiados –en 2013 recibieron el premio del público en la Casa de España de Miami– y con los que han financiado la restauración del monasterio. «Hace falta mucho dinero. Tenemos 9.000 metros cuadrados solo de tejados».