Una conversación
El Señor del mundo no rehúye a los príncipes, pero tampoco los teme ni los adula. Cuando el Reino no es de este mundo, hay ciertas cosas que uno puede permitirse. Ser libre es una de ellas. Decir la verdad es otra
Uno no debería sorprenderse de la visita de Joe Biden a Su Santidad el Papa Francisco. También a Jesús lo buscaban notables, tanto judíos como gentiles. Ahí está, sin ir más lejos, Nicodemo, que era «miembro del grupo de los fariseos y principal entre los judíos», como nos cuenta el evangelista Juan. Podríamos recordar al centurión que, no considerándose digno de que el señor lo visitase, envió a unos ancianos, primero, y a unos amigos después, para que Jesús curase a un criado suyo que estaba enfermo: «Yo no soy digno de que entres en mi casa, por eso no me he atrevido a presentarme personalmente a Ti». Tampoco el Mesías se arrugaba ante los poderosos. Se atreve a desafiar al mismo Poncio Pilato, que le advierte: «¿Es que no sabes que yo tengo autoridad tanto para dejarte en libertad como para ordenar que te crucifiquen?». El Señor no se amilana: «No tendrías autoridad alguna sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto». No. El Señor del mundo no rehúye a los príncipes, pero tampoco los teme ni los adula. Cuando el Reino no es de este mundo, hay ciertas cosas que uno puede permitirse. Ser libre es una de ellas. Decir la verdad es otra.
No sabemos con precisión de qué hablaron. Cabe imaginar que el clima fue distendido por las sonrisas y, en general, el lenguaje no verbal que vemos en esta foto. Nos cuenta alguna crónica que estuvieron de acuerdo en la lucha contra el cambio climático y sobre la ayuda a los países empobrecidos que padecen la pandemia. No estuvieron tan cercanos, según dice algún periodista, en los asuntos relacionados con la inmigración y con el desarme. El encuentro duró una hora y cuarto. Por comparar, con Barak Obama el Papa estuvo 50 minutos y con Donald Trump media hora. Su Santidad debe de ver algo difícil la situación, porque le regaló el último mensaje anual para la paz y el documento sobre fraternidad humana que suscribió en 2019 en Abu Dabi con Ahmed el-Tayeb, gran imán de la Universidad de Al-Azhar.
Les confieso que me gustaría saber qué le dijo Su Santidad al presidente de los Estados Unidos, que tanto podría hacer, por ejemplo, por acabar con el aborto en el mundo y con lo que san Juan Pablo II llamó «la cultura de la muerte». Sin embargo, sabemos que el Reino se parece a un grano de mostaza. El Señor, a veces, actúa en silencio. Ama a un joven rico con la mirada. Recibe a Nicodemo de noche –quizás hablarían en voz baja–. Dios no se manifiesta en el viento fuerte ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en el «ligero susurro» que Elías sintió a la entrada de la gruta. Hay que rezar y esperar en el Señor.
Él no defrauda.