Compañeros de hospital - Alfa y Omega

Compañeros de hospital

Ya me imagino las conversaciones. «No te lo creerás, yo estuve ingresado con el Papa». En realidad, un hospital es un buen sitio para encontrarse al Sucesor de Pedro y, ya puestos, para descubrir y seguir a Cristo

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: AFP / Vatican Media

Al Papa lo han operado de una estenosis diverticular de colon en el hospital Gemelli de Roma. Allí se ha cruzado con esta señora. Aquí los tienen saludándose. Sucede a menudo que los pacientes que coinciden en estos trances se terminan haciendo medio amigos. Figúrense ahora. A ver quién no va a querer saludar al Papa. Menudo compañero de hospital. Ya me imagino las conversaciones. «No te lo creerás, yo estuve ingresado con el Papa Francisco». En realidad, un hospital es un buen sitio para encontrarse al Sucesor de Pedro y, ya puestos, para descubrir y seguir a Cristo. A fin de cuentas, curaba Jesús y curaba Pedro. Siempre me conmueven los relatos evangélicos de las curaciones. Hasta en su ciudad, donde no pudo hacer ningún milagro, «curó algunos enfermos imponiéndoles las manos». No sabemos qué tenían. Son tantas las cosas que nos aquejan que podríamos dejar la imaginación a su aire. Lo que sí sabemos es que Él sanaba por completo. Terapia integral. No solo salvaba la vida del cuerpo, sino que le abría al alma las puertas del paraíso. Me lo dijo el otro día mi vicario parroquial: «No hay pecado que resista la sangre de Cristo».

También Pedro curaba. Sucedió junto a la Puerta Hermosa del templo de Jerusalén. Allí estaba aquel hombre, cojo de nacimiento. Recuerdo las palabras de aquel pescador de hombres cuando paseo por la Ciudad Vieja de Jerusalén: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar». Y luego viene un momento increíble: lo coge de la mano. A ese tipo postrado, hundido en la pobreza, descartado, Pedro lo toma de la mano y lo levanta. De algún modo, lo eleva y lo restaura. Le devuelve la salud y la dignidad. El que había negado a su amigo, al Mesías, lo afirma ahora para salvar a un náufrago de la vida.

Un hospital tiene algo de Cafarnaún y de Calvario. Allí muchos van, como al pueblo a orillas del mar de Galilea, buscando la curación. «Todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban y Él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando». Pero, en los hospitales, también atravesamos horas oscuras, noches tenebrosas de cruz y de Gólgota. Como las santas mujeres, conocemos en ellos ese dolor insondable que únicamente podemos mirar, así, a través del madero en que estuvo clavada la salvación del mundo.

La próxima vez que visiten a un enfermo, vayan atentos.

Nunca se sabe con quién se cruza uno en un pasillo.