Un sacerdote que se intercambió por un padre de familia en una «saca» o un sacristán con discapacidad, entre los mártires de Jaén
124 «mártires por la fe» asesinados en la Guerra Civil irán a los altares
Rafael Higueras no los trató en persona porque murieron entre 1936 y 1938 —un año antes de que él naciera— pero sí ha conocido los frutos de los 124 mártires españoles asesinados por odio a la fe durante la Guerra Civil que León XIV reconoció el pasado 20 de junio. Próximamente podrán convertirse en beatos gracias al esfuerzo documentador de, entre otras muchas personas, el postulador de su causa, quien charla con nosotros. Ha estudiado en profundidad los perfiles de 59 mártires de un grupo encabezado por Manuel Izquierdo Izquierdo —a quien se toma como referencia por ser el mayor, de 92 años— y otro de 65 liderado por Antonio Montañés Chiquero. En realidad, todos pertenecen a la diócesis de Jaén pero, por motivos prácticos, su causa se dividió en dos una vez llegada a Roma para agilizarla.
Aparte de recopilar las partidas de bautismo, datos de sus familias y actas de defunción de estos mártires, Higueras pudo escuchar de joven en Linares —su primer destino como cura con tan solo 21 años— los testimonios directos de quienes conocieron, por ejemplo, a Antonio Cobo, fundador de Acción Católica en la ciudad, ejecutado con 38 años.
«En Linares floreció en los años 30 una juventud maravillosa que fundó el primer sindicato para defender a los mineros de la usura y que queda plasmada en Antonio Cobo», recuerda Higueras. Al inicio de la guerra, «en julio de 1936, se fue a la iglesia en la hora de la siesta para rezar y allí, delante del Santísimo, se lo llevaron y lo metieron en la cárcel». Después, camino de Jaén, «a él, a otro seglar y a tres sacerdotes los fusilaron y echaron sus cuerpos en la mina El Correo».
Las milicias anticlericales, ligadas al bando republicano, acabaron con él pero no con su memoria. «He tenido la suerte de trabajar con muchos de aquellos jóvenes de Acción Católica que, cuando llegué a Linares, tendrían 30 o 40 años y me contaban cómo se juntaban para leer encíclicas sociales o celebraban la Eucaristía clandestinamente». También cita declaraciones de Manuel Miranda, el párroco y también asesinado, quien en el contexto de persecución recrudecida solía afirmar: «Solo nos hace falta un mártir para entregarnos definitivamente al Señor».
No es la única historia de testimonio y sacrificio que Higueras nos confía. Está también la de Francisco Padilla Gutiérrez, a quien podríamos definir como cierta suerte de san Maximiliano María Kolbe español. Era un sacerdote recluido junto a otro grupo numeroso de represaliados en la catedral de Jaén, un templo que los milicianos empleaban como cárcel tras desbordar la capacidad del penal local. De ahí sacaban arbitrariamente a personas a las que fusilar en las conocidas como «sacas».
En una de ellas, los perseguidores seleccionaron «a un padre de familia que se fue llorando» y cuya muerte significaría dejar desvalidos a sus hijos. «Padilla le dijo a un miliciano que se quería cambiar por él y llegaron a un acuerdo». Aceptado el relevo, fue trasladado al cementerio de Mancha Real —a 26 kilómetros de la catedral—, «donde se le fusiló en unión de otros 34 compañeros».

Otro perfil más es del sacristán de Alcalá la Real, quien tenía una discapacidad intelectual. El postulador pone de relieve que «también él fue capaz de sentarse con los otros que estaban en la parroquia detenidos y atados». Y que, «al igual que los otros, dio su vida». Higueras reivindica que «debe de ser de las pocas personas» con este perfil «que serán beatificadas» como mártires.
Preguntado sobre por qué otorgar el reconocimiento ahora y no antes —aparte de las dificultades que implica documentar estos martirios con rigor—, Higueras explica que antaño «había razones políticas para retrasar las causas de la guerra». Con el fratricidio muy reciente y sin ánimo de legitimar al régimen de Franco, «Pablo VI creyó que había gente en España que podía sentirse herida» a pesar de que los perfiles reconocidos no son combatientes o ni siquiera políticos, sino simples «mártires por la fe». No obstante, desde que Juan Pablo II reconoció en 1987 a las tres primeras víctimas de la persecución religiosa —tres carmelitas de Guadalajara— estos procesos se han ido naturalizando. De hecho, en 2007 se beatificó a un grupo de 498 y en 2013 a otro de 522, la beatificación más numerosa de la historia.
«El cura Valera tiene una fama de santidad muy viva, la gente habla de él como si caminara por el pueblo», nos explica José Juan Alarcón, delegado para las Causas de los Santos en Almería. «Es un sacerdote que ni funda una orden religiosa ni escribe un tratado de teología; lo único que hace es ser párroco». Tras el reconocimiento de un milagro atribuido al sacerdote fallecido en 1889 en Huércal-Overa, su beatificación se espera para 2026. Un médico agnóstico del pueblo, expatriado en Estados Unidos y «acostumbrado a salvar niños», se encomendó en 2007 al futuro beato para la curación de un caso a las puertas de la muerte. «Cura Valera, he hecho todo lo que ha sido posible, ahora te toca a ti», le dijo. Tras ver con sus propios ojos la mejoría considerada milagrosa por el Vaticano, ahora da testimonio de su fe.