Un sacerdote entre adictos e inmigrantes - Alfa y Omega

Un sacerdote entre adictos e inmigrantes

Jorge de Dompablo lleva 30 años abriendo su casa a los excluidos. Acaba de ser reconocido por el Regnum Christi con uno de los galardones Alter Christus

José Calderero de Aldecoa
El presbítero y algunos de los chicos con los que vive en la Asociación San Francisco de Asís. Foto cedida por Jorge de Dompablo

Este lunes, 18 de octubre, el Regnum Christi hará entrega de los VIII Galardones Alter Christus, que en su categoría de Pastoral Social reconocen la labor del sacerdote de la archidiócesis de Madrid Jorge de Dompablo, quien dice sentir «una alegría muy grande», pero sobre todo por los 14 inmigrantes africanos con los que reside. «Lo viven como un reconocimiento y un gesto de acogida de la Iglesia», asegura el administrador parroquial de Nuestra Señora de la Guía. Si hoy De Dompablo comparte la vida con ellos, es por dos experiencias de su infancia que le marcaron y que le llevaron, posteriormente, a ser sacerdote y a acoger en su casa desde hace 30 años a los excluidos de la sociedad.

Desde pequeño, el sacerdote vivió en Los Cármenes, «una zona desfavorecida donde había demasiada droga», explica. Diez años después de recalar en el barrio, empezó no solo a ver la droga en las calles, sino también «entre mis amigos». Frente a ello, a De Dompablo le impresionó el cura de la zona, que «enseguida se percató del problema y se dedicó a ayudar a los jóvenes» adictos. De igual forma, fue impactante «ver a la parroquia volcada desde el principio con los chicos». Todo esto «fue conformando en mí un compromiso ante las dificultades y un modo de ver la vida» de donde «me nació la vocación sacerdotal».

La segunda experiencia vital fue el hecho de nacer en una familia numerosa –14 hijos–. Para él, vivir rodeado de muchas personas era lo habitual. «Nací en una familia-comunidad» y a los 6 años «fui de interno a un colegio de 500 estudiantes». Así también fue en su etapa del seminario, del que salió destinado a la parroquia de Santa María del Parque.

«La iglesia tenía un piso donde solo vivíamos tres curas y cada vez eran más los vecinos a los que echaban de casa por sus adicciones, así que los empezamos a acoger nosotros», rememora. Sin embargo, esta labor no fue exclusiva de los sacerdotes. Paralelamente, el grupo de jóvenes se dedicó a atender a las personas con discapacidad. «Todo esto servía para dar testimonio. La parroquia no era solo un lugar de culto, no era solo un lugar de catequesis, sino que era un lugar de encarnación, en la que Dios se hacía presente en cada uno de nosotros y éramos la imagen de Dios en el barrio».

Santa María del Parque fue el primer templo, pero no el único en el que este cura unió el culto con la atención a los necesitados. Lo hizo también en El Berrueco, donde recibió a toxicómanos e inmigrantes marroquíes; en Manzanares, donde se centró en las migrantes de América del Sur; en la parroquia de la Candelaria, en la que reconoce que «fracasé», o en la parroquia de San Jorge, donde «nunca pensé que me mandarían, pero donde pude ayudar a los jóvenes a descubrir a unos pobres que al principio no eran capaces de ver». Fue el germen del grupo Bocatas.

En su segundo año en San Jorge fue cuando Dompablo se fue a vivir a Colmenar a una casa abandonada del Canal de Isabel II. «Estaba destrozada y la fuimos arreglando poco a poco». La idea era dar estabilidad a aquellas personas con las que se fue encontrando a lo largo de su ministerio y allí vive desde hace 16 años con un grupo de africanos. «Como te decía al principio, nací en una familia-comunidad y aquí lo que estamos haciendo es una comunidad-familia».

Volcados con otros

Además de Dompablo, han sido premiados los sacerdotes Lorenzo Trujillo, por su dedicación constante al clero de Ciudad Real; Julián Segurado, por sus numerosos proyectos en favor de las familias de Jaén, y Joaquín Hernández por su aportación a la nueva evangelización en las redes sociales. El premio especial de la pandemia ha sido para Benito Rodríguez, que ejerce de capellán del hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo. «No salí del hospital en cinco meses para no contagiar la COVID-19». Un tiempo en el que el sacerdote se pegó al sagrario –«Mi oración era: “Señor, cuídalos tú”»– y que dedicó a «estar» y a «hacer visible la existencia de nuestro servicio como un derecho fundamental de los enfermos».