Un polvorín
El tira y afloja entre los actores de la región pone en riesgo no solo la vida de miles de personas, sino la del mundo entero. No parece que esta escalada tenga como objetivo la protección y la seguridad de los ciudadanos y de las personas más débiles e indefensas, sino la disuasión por la vía de una amenaza global
No hay más salida a esta nueva crisis, la enésima, en Oriente Medio, que la «responsabilidad» y la «razón», ha dicho el Papa León XIV. Los bombardeos continuos entre Israel e Irán tienen en vilo no solo a la zona, sino al mundo entero. Porque el fantasma de un conflicto nuclear planea en esta era en la que parecemos asistir a la tercera guerra mundial en fascículos.
Nadie sabe cuál es el potencial nuclear de Irán hasta el momento. Pero lo que sí ha puesto de manifiesto la República Islámica es que podría fabricar el suficiente material fisible para tener un arma de ese calibre en pocas semanas, con la que podría generar una potencia radiactiva para aniquilar un barrio y dejarlo muerto para los próximos 100 años. Por su parte, Israel tiene la capacidad, según estiman algunas ONG, para crear entre 170 y 278 armas nucleares, además de los submarinos y los misiles con los que portar estas armas. Un tira y afloja entre los actores de la región, que pone en riesgo no solo la vida y la integridad de miles de personas y territorios, sino la del mundo entero.
Ante esta situación, muchos nos preguntamos si no hay una diplomacia útil o sensata que les haga entrar en razón. O, directamente, si no hay diplomacia. Solo en los primeros tres días murieron un centenar de personas; en su mayoría, civiles. Hay niños, adolescentes, ancianos, familias enteras. Israel, principal actor de contención para acabar con todo el arsenal atómico del país de los ayatolás —así como de la inteligencia para crearlo—, ha provocado, por su parte, con su ofensiva en la castigada zona de Gaza, más muertos de los que somos capaces de soportar. Hasta 55.000 desde el inicio del conflicto, según el Centre Delàs de Estudios por la Paz.
El Papa Francisco, en su última aparición pública durante el urbi et orbi del domingo de Pascua, clamó por una paz que, dijo, no es posible sin un verdadero desarme. Fue su último mensaje. Y hoy, León XIV, siguiendo su legado, llama a revitalizar la diplomacia unilateral y las instituciones internacionales, como vía para solución de los conflictos; al tiempo que anima a dejar de producir «instrumentos de destrucción y de muerte». Eso no significa negar a los estados su derecho a defenderse. Al contrario. Pero exige agotar todos los medios pacíficos para resolver el conflicto; que el uso sea proporcionado a la amenaza y no excederse para repeler la agresión.
No parece, en este caso, que esta escalada bélica tenga como objetivo la protección y la seguridad de los ciudadanos y de las personas más débiles e indefensas, sino la disuasión por la vía de una amenaza que es global. «Nadie debería jamás amenazar la existencia del otro», ha dicho León XIV. Por eso, si hay todavía alguna posibilidad, confiemos en que haya un atisbo de razón en medio de tanta locura.