Un manifiesto contra la indiferencia - Alfa y Omega

Un manifiesto contra la indiferencia

El Papa Francisco no es precisamente lo que se dice un diplomático. Más bien, acostumbra a llamar a las cosas por su nombre. Pero sí tiene una visión clara para la acción diplomática internacional de la Santa Sede. Para el Papa, el verdadero desafío de la Humanidad consiste en la edificación de una paz y un desarrollo que no excluyan a nadie. En el prólogo al nuevo libro, presentado el martes, del cardenal Bertone, hasta hace pocos días su Secretario de Estado, escribe que el reto de la diplomacia vaticana es «hacer renacer la dimensión moral en las relaciones internacionales»

Jesús Colina. Roma
El Papa con el cardenal Bertone, el día de su despedida, el pasado 15 de octubre.

El Pontífice ha expuesto, por primera vez, su visión sobre la estrategia que quiere para la política exterior de la Santa Sede en un escrito que ha publicado como prefacio para el libro que ha publicado este martes el cardenal Tarcisio Bertone, hasta hace poco su Secretario de Estado, con el título La diplomacia pontificia en un mundo globalizado. El libro aparece por el momento en italiano, publicado por la Librería Editora Vaticana.

Uno de los grandes temas que aborda el Papa Francisco es cómo hacer frente a la crisis global que estamos viviendo, que nos debería obligar a «eliminar tantas barreras que han sustituido a las fronteras: desigualdades, carrera de armamentos, subdesarrollo, violación de los derechos fundamentales, discriminaciones, impedimentos de participación en la vida social, cultural, religiosa»… Nuestro futuro, por tanto, aclara, no sólo tendrá que hablar «el lenguaje de la paz y del desarrollo», sino que, además, debe ser capaz, «en los hechos, de incluir a todos, evitando que alguien quede al margen».

En este contexto, el Papa afirma que la diplomacia «es un servicio, no una actividad, secuestrada por intereses particulares, cuya amarga consecuencia son las guerras, conflictos internos, o diferentes formas de violencia. No es tampoco un instrumento al servicio de unos pocos que excluyen a las mayorías, generando pobreza y marginación, tolerando todo tipo de corrupción, produciendo privilegios e injusticias».

«La crisis profunda de convicciones, de valores, de ideas -subraya el Pontífice- ofrece a la actividad diplomática una nueva apertura, que al mismo tiempo es un desafío. El desafío de contribuir a realizar entre los diferentes pueblos nuevas relaciones verdaderamente justas y solidarias, de modo que toda nación y todas las personas sean respetadas en su identidad, dignidad, promovidas en su libertad».

«Ante esta globalización negativa, que es paralizante, la diplomacia está llamada a emprender una tarea de reconstrucción, redescubriendo una dimensión profética, determinando lo que podemos llamar utopía del bien, y si es necesario reivindicándola», prosigue. «La verdadera utopía del bien, que no es una ideología, ni mera filantropía, a través de la acción diplomática puede expresar y consolidar esa fraternidad presente en las raíces de la familia humana y, a partir de ahí, está llamada a crecer, a expandirse para dar sus frutos».

Rechazo a la indiferencia

Es necesario romper «la lógica del individualismo», afirma el Papa. En este sentido, prosigue, «la perspectiva cristiana sabe valorar tanto lo que es auténticamente humano, como lo que surge de la libertad de la persona, de su apertura a lo nuevo, en definitiva, de su espíritu que une la dimensión humana a la dimensión trascendente. Ésta es una de las contribuciones que la diplomacia pontificia ofrece a toda la Humanidad, empeñándose para hacer renacer la dimensión moral en las relaciones internacionales, permitiendo a la familia humana vivir y desarrollarse unida, sin convertirse en enemigos los unos de los otro».

El Papa lanza un verdadero manifiesto de «rechazo a la indiferencia y a la visión de una cooperación internacional fruto del egoísmo utilitarista». Según escribe, «no se eliminarán los conflictos, o no encuadraremos los derechos de la persona de la manera adecuada, haciendo prevalecer la razón de Estado o el individualismo. El derecho más importante de un pueblo y de una persona no consiste en impedirle la realización de las propias aspiraciones, sino en realizarlas efectiva e íntegramente. No basta evitar la injusticia si no se promueve la justicia».

Hablando del motivo por el que la Santa Sede se compromete a nivel internacional, con su servicio diplomático, aclara citando a san Pablo: «Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo».