«Hay que preparar con esmero críticos literarios, cinematográficos…, para que todos conozcan perfectamente su profesión y estén preparados y motivados para emitir juicios en los que el aspecto moral aparezca siempre en su verdadera luz.»: así dice el Decreto Inter mirifica, del Concilio Vaticano II, sobre los medios de comunicación social. Y así, fiel a su espíritu de mirar la realidad con la luz que ilumina la vida hasta el fondo, en toda su verdad –porque esa Luz ha venido al mundo, ¡Jesucristo!–, nuestro semanario Alfa y Omega ha premiado todos los años al cine que más se ha dejado iluminar por esa Luz, y en esta 20º edición, como se dice al inicio de este número, las películas elegidas «como mejores tienen un factor común: la esperanza brilla siempre como horizonte último».
Llenar la vida de la verdadera luz, con el cine, y con todo otro medio de comunicación, es tarea nobilísima, y hoy sin duda más necesaria que nunca. Precisamente en la también 20ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en 1986, san Juan Pablo II subrayaba igualmente que «es grande la responsabilidad moral de todos aquellos que se sirven de estos medios, o son sus inspiradores»; y añadía que «éstos han de ponerse al servicio del hombre y, por tanto, de la verdad y del bien». Su predecesor Pío XII, ya en 1957, en su encíclica Miranda prorsus, sobre el cine, la radio y la televisión, decía que «no son simples medios de recreación y de entretenimiento, sino de verdadera y propia transmisión de valores humanos, sobre todo espirituales», y «para realizar tan elevada finalidad –añadía– deben servir a la verdad y al bien».
Tal servicio requiere, sin duda, y de un modo bien elocuente en el caso del cine, ¡hijo de la luz!, la búsqueda de esa luz grande que proclama la primera encíclica del Papa Francisco, que dejó casi a punto de ser publicada su predecesor, Benedicto XVI, la Lumen fidei. Sí, tal servicio requiere «la luz que ilumina todo el trayecto del camino», la que nos ha llegado «desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso».
Mal servicio podrá hacer a la verdad y al bien del hombre quien –como añade la encíclica– «ha renunciado a la búsqueda de esa Luz grande, y se contenta con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino», porque «la razón autónoma –de espaldas a esa Luz– no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desconocido». En definitiva, sin esperanza.
Un grito de esperanza puede bien describir los Premios Alfa y Omega de Cine 2014. Es el cine que no se resigna a que la última palabra en la vida sea el desencanto, y la muerte. El jurado de nuestros Premios al mejor cine tiene bien en cuenta lo que san Juan Pablo II dijo en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 1995, el año, justamente, centenario del séptimo arte: «Cuando el cine, obedeciendo a uno de sus principales objetivos, ofrece una imagen del hombre tal como es, debe proponer válidas ocasiones de reflexión». Y añade: «Ofrecer puntos de reflexión sobre temas como el compromiso social, la denuncia de la violencia, de la marginación, de la guerra y de las injusticias, con frecuencia afrontados por el cine durante los cien años de su historia, y que no pueden dejar indiferentes a cuantos están preocupados por la suerte de la Humanidad, significa promover los valores que la Iglesia siente como suyos y contribuir materialmente a su difusión a través de un medio que tan fácilmente influye en el público».
Son grandes, ciertamente, las posibilidades de bien encerradas en este hijo de la luz. Tan es así, que no duda el Papa santo en afirmar que «puede convertirse en valioso instrumento para la evangelización», y por ello «exhorta a directores, cineastas y a cuantos, en todos los niveles, profesándose cristianos, trabajan en el complejo mundo del cine, a actuar de forma plenamente coherente con su fe», cuya Luz, como dice la encíclica Lumen fidei, tiene «la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre», y así poder descubrir el cine, sin las oscuridades que lo degradan, como verdadero don de Dios. Y no es que esté en ello el bien de la Iglesia, ¡está el bien de toda la sociedad!
En su Mensaje para la Jornada de 1991, san Juan Pablo II ya nos decía que los medios, y por supuesto el cine, «han de ser contemplados como dones de Dios», afirmación que no deja lugar a dudas, tomada de la citada encíclica de Pío XII, quien a su vez la recoge de su predecesor, Pío XI, en su encíclica Vigilante cura, de 1936, sobre el recto uso del cine. Los Premios Alfa y Omega de este año son buena prueba de este cine que es verdadero don de Dios. Sólo Él vence el desencanto y la muerte, ¡por eso es posible un grito de esperanza!