Un diario de bitácora de un filósofo - Alfa y Omega

En una España fatigada y, sí, la palabra de moda, crispada. En una España polarizada por la más que discutible gestión de la pandemia, y con la mirada puesta en la debacle económica que ya, desgraciadamente, ha dejado de ser una amenaza en el horizonte para hacerse real. En este panorama, anhelamos, como ha dicho el profesor Marcelo López Cambronero, menos ideología en la política y más reflexión, análisis y diálogo. Que el mercado quede verdaderamente limitado al ámbito económico y deje de campar a sus anchas, gobernando prácticamente todos los espacios de la vida con su dictadura del economicismo. En este sentido, encontramos en nuestro país a uno de los autores que bien podría ser referente intelectual de esta nueva mirada «que ya no comprende el tiempo como una línea continua en la que solo cabe acelerar o retrasar los procesos históricos, sino como una estructura compleja y fragmentaria que los hombres pueden comprender, reconstruir y orientar»: Higinio Marín, al que encontraremos en su potente Mundus (Nuevo Inicio) o en la compilación de sus ensayos breves sobre la aspiración a dar razón y comprender el asunto de lo público en público que es Civismo y ciudadanía (La Huerta Grande).

La labor del filósofo, como la del artista, como la del científico, consiste en ver la realidad, la realidad que está allí, y ayudar a los demás a verla como si fuera por primera vez. Y así procede Marín en sus obras: la admiración por lo real, la búsqueda de respuestas para las preguntas suscitadas por esa admiración, y el carácter racional y discursivo de esas respuestas convenientemente argumentadas.

Como bien afirma el autor en el prólogo de Civismo y ciudadanía: «Estar en el mundo requiere comprenderlo, tal vez parcial y fragmentariamente, pero el hombre necesita habitar comprensivamente lo que vive para vivirlo humanamente: nadie está propiamente en un lugar (ni en una época) si no sabe dónde está». En esta disposición, y ante la creciente divergencia de las concepciones de bien en nuestras sociedades, subraya la necesidad del bien común, despolitizado, sin sojuzgar o lesionar gravemente concepciones y libertades ajenas. Para ello se detiene, por ejemplo, en una diversidad de temas como la libertad de expresión, la paternidad, la vía pública y la religión, o la supuesta apatía juvenil.