Tres espaldas, por amor al arte - Alfa y Omega

Hay críticas que se escriben con gusto. Casi con la sensación de que son una forma de hacer justicia. Cuando, en el panorama teatral madrileño, más de una y dos veces nos tenemos que enfrentar con estrenos rutinarios en los que se repiten fórmulas comerciales exentas de calor, de color y de vida, el crítico se encuentra en la obligación de llamar la atención sobre aquellos amantes del teatro que deciden consagrar su vida y su obra a una pasión. Y que logran, venciendo los obstáculos que se presenten, contagiar esta pasión a los demás. Por amor al arte. Haciendo realidad esa máxima que nos regaló Stanislavski en su obra La construcción del personaje: «Ama el arte en ti mismo y no a ti mismo en el arte».

Y en el caso de Haridian Nube —autora, directora, única actriz, y artífice de todo lo que ocurre sobre las tablas en esta obra—, este amor se extiende más allá del arte de Talía, abarcando la pintura —eje en torno al cual gira la obra— la danza, la música, la poesía… convirtiendo el espectáculo teatral y su propia persona en vehículo de expresión del arte con mayúsculas, difuminando las fronteras que delimitan las distintas manifestaciones del impulso creativo.

Pero no es el suyo un arte por el arte, un arte deshumanizado, un arte juego, al que tan acostumbrado estamos en el escenario postmoderno. Es un arte encarnado. Encarnado en una mujer que se deja la piel en el escenario y desnuda su vida ante el público, ofreciéndose —en un proceso de superación de miedos y dudas— tal y como es, enfrentándose a sí misma y a los demás a cara descubierta, dejando traslucir, tras los rostros de las tres mujeres a las que da vida en la obra, el suyo propio.

Porque Haridian Nube parte de la historia de tres mujeres, de tres musas, cuyas espaldas quedaron plasmadas en tres lienzos icónicos: Mi mujer desnuda contemplando su propio cuerpo convirtiéndose en escalera, tres vértebras de una columna, cielo y arquitectura de Dalí, El violín de Ingres de Man Ray, y Columna Rota de Frida Kahlo. Y los personajes de Gala, Kiki de Montparnasse y Frida Kahlo (junto al histriónico Dalí) van cobrando vida en un escenario desnudo, en un lienzo en blanco sobre el que se irá desarrollando la historia.

Un caballete, un pincel y un baúl. Éstos son los únicos objetos que aparecen en el escenario, ofrecido al espectador como se ofrece una tela al artista ante la inminente ejecución de la pintura. Y una mujer tras una máscara que, poco a poco, va introduciendo elementos en esa obra de arte que se va gestando en directo: un marco, un libro, un reloj…

De esta manera, se comienza a desplegar ese fascinante universo de la mujer musa que existe a través del artista —«yo he sido a través de ti», «pasarás por encima de tu propia búsqueda para unirte a la suya, él me protegía de todo, incluso de mí misma»— aun a riesgo de perderse en el intento —«estoy rota y le amo, pero me deja rota y vacía»—. Situaciones que nos recuerdan a las palabras pronunciadas por Gillette en la narración de Balzac La obra de arte desconocida: «Eso sería perderme. ¡Ah! Perderme por ti. Sí ¡eso es realmente hermoso! Pero me olvidarás». O a la intensa relación que se produce entre el artista y su musa en la película La belle noiseuse de Jacques Rivette.

Pero la búsqueda de sí misma en que Haridian Nube convierte esta representación, no se conforma con ese papel pasivo de la musa transformada en cristal que transparenta el talento del genio. No en vano la obra tiene como subtítulo Una mujer que avanza por amor al arte. Es la historia de un camino, en el que la musa deviene artista. Ya Kiki de Montparnasse nos explica su inquietud por expresarse ella misma —«pinto porque he descubierto que no es tan importante hacerlo bien como hacerlo con el corazón»—. Y la última de las mujeres recreadas es a la vez modelo y pintora de su obra: Frida Kahlo. La más honda de las recreaciones de Haridian Nube en el escenario. Del sofisticado e impostado mundo daliniano de Gala, pasamos a la sensualidad aparentemente frívola de Kiki, que esconde a una mujer profundamente necesitada de afecto. Y de ahí, a una mujer valiente y entera. Frida, capaz de asumir su dolor, sus traumas y su cuerpo herido hasta los tuétanos para fundir artista y musa en una sola persona.

Y profundamente poético y alegórico es el juego de las sucesivas espaldas que dan nombre a la obra, trasunto de la evolución personal y artística de la actriz que las recrea: Gala ofrece solo su espalda. Kiki nos muestra también el perfil de su cara. Frida, por fin, nos muestra su rostro y su torso desnudo, abierto en canal para dejar ver su columna vertebral maltrecha, expuesta -y asumida- su herida. Sin miedo. Tal cual. Como la propia Haridian Nube, ya sin máscaras, ya sin temores: de frente. Ella y el público. Nada más.

Porque por encima de las imágenes de estos cuadros que inspiran la obra, nos hemos de quedar con la persona, con esa mujer que avanza —«¿acaso hay imagen verdadera, adecuada a la persona? No es la persona eso intangible, indestructible…, mientras que toda imagen puede ser destruida y es por esencia transitoria»—, decía María Zambrano.

Y esa persona, que da voz a todas esas voces y que entrega su piel a todas esas espaldas, se identifica seguramente con estas palabras de Gala: «El amor y el arte lo son todo para mí, todo. Necesario para soportar la existencia».

Tres espaldas y una mujer que avanza por amor al arte

★★★★☆

Teatro:

Sala Tarambana

Dirección:

Calle Dolores Armengot, 31

Metro:

Carabanchel

OBRA FINALIZADA