Tras la fe, el Año de la esperanza - Alfa y Omega

En mi Carta pastoral Llenos de amor por el hombre, con la antorcha de Cristo en la mano, del 15 de Junio de 2012, proponía conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la diócesis (de Getafe) promoviendo una Gran Misión. «El Señor nos llama a todos y cada uno de nosotros para que en el seno de la Iglesia, en nuestra diócesis, anunciemos el Evangelio de Cristo a los que no lo han recibido plenamente, a los que lo recibieron, pero se alejaron de la Iglesia y, también, respetuosamente, a los no creyentes o a quienes se confiesan agnósticos o abiertamente ateos».

Hablar de Misión para un determinado año, en modo alguno significa que hasta que llegue ese momento la Iglesia se despreocupa de la misión. La Iglesia siempre es misionera; la Iglesia existe para la misión. Si proponemos una fecha determinada para unirnos en la Misión es porque estos 25 años han ido configurando nuestra historia familiar con una identidad y personalidad propia, y la Gran Misión ha de ser para nosotros un momento que nos ayude a fortalecer los vínculos diocesanos, a acrecentar nuestra vocación misionera, a reflexionar juntos sobre los logros y retos que suponen estos 25 años de historia y a mirar el futuro con esperanza.

Al Año de la fe, seguirá el Año de la esperanza y el Año de la caridad. Con este dinamismo de las virtudes teologales, queremos seguir caminando hacia la plena comunión con Dios, como Iglesia diocesana, siendo misioneros y atrayendo a la vida divina a esa gran multitud de hermanos nuestros que aún no han descubierto el gozo de la fe. Tenemos que anunciar a nuestros hermanos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está muy cerca de nosotros con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación y que alienta incesantemente nuestra esperanza. Os invito a reflejar en vuestra vida la luz de Cristo. Y que esa luz brille en el corazón de todos los hombres. Que la Virgen María, Reina de los Ángeles, ayude nuestra fe y abra nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y escuchemos su llamada a ser misioneros que anuncien a todos los hombres la alegría del Resucitado.