Testimonio de la presidenta de la Juventud Idente de España. Vivir la unidad para recoger los frutos del Año de la fe
Los frutos que observaremos: numerosas conversiones al catolicismo, muchos miles –o millones– de jóvenes comprometidos con la difusión de nuestra fe, y una gran renovación espiritual de todos los creyentes, marcada por la vivencia de la unión íntima con las Personas Divinas. Estas gracias serán la respuesta de Dios a la súplica que le hacemos con el Año de la fe
Desde que nos hemos adentrado en el Año de la fe, promulgado por el Santo Padre Benedicto XVI, siento con reforzada claridad que una gran bendición se avecina, un especial tiempo de gracia que repercutirá sobre toda la Iglesia universal, y también, de forma particular, sobre cada persona, cada grupo, cada realidad eclesial. Desde una total confianza en la acción de Dios, me atrevo a decir que los principales signos de los frutos que observaremos serán: numerosas conversiones al catolicismo, muchos miles –o millones– de jóvenes comprometidos con la difusión de nuestra fe, y una gran renovación espiritual de todos los creyentes marcada por la vivencia de la unión íntima con las Personas Divinas.
Estas gracias que recibiremos no serán otra cosa que la respuesta, por parte de Dios, a la súplica hecha por el Santo Padre, a la que nos unimos todos los creyentes, para arrebatarle el milagro de la necesaria transformación de una sociedad que ha perdido la conciencia de cuál es el origen y el rumbo de su existencia.
Si Cristo nos enseña en su Evangelio que, cuando pedimos algo en la oración, debemos obrar como si ya lo hubiéramos recibido, nuestra actitud en este Año de la fe debe ser la de quienes se preparan para acoger estas gracias, sabiendo que nos serán enviadas por parte de Dios y que, ciertamente, superarán todas nuestras expectativas.
El hombre del paraguas
Contaba Fernando Rielo, fundador de la institución de las Misioneras y Misioneros Identes, que en una ocasión participó en una peregrinación organizada por multitud de personas pidiendo a Dios que lloviese, a fin de remediar una persistente sequía que impedía el cultivo de la zona, con sus graves consecuencias. Él, seguro de que las preces serían escuchadas, llevó consigo un paraguas para protegerse de la lluvia, mientras que los demás se burlaban de él, dado que no había ningún signo aparente de que fuese a llover. Pocos minutos después se desató una lluvia fortísima y siendo él la única persona que se había preparado para ello, se hizo conocido en aquel lugar como el hombre del paraguas.
Haciendo un paralelismo con esta anécdota, podríamos preguntarnos: ¿de verdad tenemos fe en que Dios nos va a otorgar una lluvia abundante de gracias? ¿Cuál es el paraguas que debemos coger a fin de disponernos a vivir este Año de la fe? ¿Cómo debemos prepararnos para acoger todas estas gracias que nos van a venir?
Por supuesto que podríamos contestar a estas preguntas de muchas maneras, pero, últimamente, desde mi experiencia, siento que hay un aspecto fundamental que debemos cuidar con especial esmero: la unidad entre nosotros; o, con otras palabras, la comunión en nuestra tarea evangelizadora.
La importancia del trabajo en equipo
Cristo nos llama la atención sobre este aspecto, fundamentalmente, con dos mensajes recogidos en los evangelios: el primero, en su oración sacerdotal, donde pide al Padre «que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado».
Y el segundo, cuando dice «En esto sabrán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros».
Si la vivencia auténtica y real de la fe se ve reflejada en el amor que tengamos los unos a los otros, indudablemente las personas que todavía no comparten nuestra fe podrán creer mucho más fácilmente en Cristo al vernos verdaderamente unidos. Pero esta unidad entre nosotros no se manifiesta solamente en la forma de trato que nos tengamos, sino, de un modo especial, en nuestra capacidad de trabajar en equipo.
Curiosamente, el trabajo en equipo se ha convertido en una capacidad muy valorada por el mundo. Es ampliamente reconocido que, cuando el volumen de trabajo y las aspiraciones de un colectivo son muy altos, sólo son capaces de lograr sus objetivos si saben trabajar en equipo. Muchas empresas e instituciones se apoyan sobre técnicas y métodos muy elaborados para lograr fines que no siempre son los más legítimos. En este sentido, Cristo también nos diría: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».
¿Qué mayor motivo para estar unidos que el amor a un único Dios, que es a la vez comunidad de tres Personas Divinas que nos aman infinita e incondicionalmente? Por este amor, nos unimos al Padre en su misión creadora, al Hijo en su misión redentora y al Espíritu Santo en su misión santificadora. No podemos quedarnos parados, no podemos ser indiferentes a tantos millones de hijos de Dios que no conocen a su Padre celeste y, por tanto, no conocen su origen, su destino y el sentido de sus vidas. Estamos colmados de misión, la labor que debemos realizar juntos es inmensa.
Cristina Díaz van Swaay