Testigo de la ternura de Dios entre los más pobres
Siempre lo hace. El Santo Padre no pierde la oportunidad, en cada visita apostólica, para mezclarse con los descartados de la sociedad. En esta ocasión, los ancianos, los presos, los niños enfermos y los pobres de los barrios periféricos podrán «tocar al Papa», como decía Carlitos, un niño paraguayo con cáncer, al enterarse de la visita de Francisco. También habrá tiempo para la otra cara de la moneda de América Latina: la devoción popular. La Virgen del Quinche y la de Caacupé tendrán un lugar prioritario en la agenda papal
Si el objetivo del Papa en su primer viaje a América Latina fueron los jóvenes —la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil le hizo volver al continente cuatro meses después de su nombramiento—, la segunda incursión a su tierra tiene una misión múltiple: «Ser testigo de la alegría del Evangelio y llevar la ternura de Dios especialmente a sus hijos más necesitados: a los ancianos, a los enfermos, a los encarcelados, a los pobres, a los que son víctimas de esta cultura del descarte». Así lo adelantó en un vídeomensaje difundido el pasado sábado por la Santa Sede.
La propuesta del Pontífice es literal. En Ecuador, el primer país que visitará, una de las paradas será el hogar para ancianos que tienen las Misioneras de la Caridad desde hace 26 años en la capital. Allí cuidan de 60 ancianos «a los que dejaron abandonados en el hospital, o que viven solos en sus casas, sin poder valerse por sí mismos», cuenta la hermana Felisa, religiosa guatemalteca que trabaja en el proyecto.
En Bolivia, segunda escala del periplo, el Papa visitará a los niños, las víctimas inocentes de la cultura del descarte, en un colegio salesiano en la provincia de Santa Cruz de la Sierra. La segunda incursión boliviana, también en Santa Cruz, será a la cárcel de Palmasola, una ciudad sin ley, como la definen muchos, en la que más de 5.000 presos procesados por delitos de narcotráfico, asesinatos y violaciones están abandonados a su suerte por las autoridades. Sólo la Iglesia y las instituciones civiles velan por su rehabilitación.
«Quiero tocar al Papa»
La tercera escala es Paraguay. Allí, Francisco visitará a los enfermos del hospital pediátrico Niños de Acosta Ñu, en San Lorenzo. Los pequeños están ansiosos porque llegue el día de «poder tocar al Papa». Así lo decía Carlitos, enfermo de cáncer, a un periodista del diario ABC paraguayo.
Después, el Papa continuará su viaje hacia las periferias. Francisco recorrerá los suburbios de Asunción, concretamente la población del Bañado Norte. Como ya hiciera en las favelas de Río, el Pontífice entrará en algunas casas del vecindario. Una de las elegidas es la de Asunción Giménez, de 78 años de edad y muy enferma de la espalda. «Estoy demasiado feliz, llorando todo el día. Vienen los vecinos a preguntarme y les digo: Sí, ¡Dios me mandó al Papa!», contó la mujer al mismo diario paraguayo.
La devoción popular, presente
La agenda del Papa incluye también la visita a los lugares de mayor devoción popular de las «tres naciones hermanas», término con el que definió en su vídeomensaje a los tres países que visitará. Uno de estos lugares es el Santuario de la Divina Misericordia de Guayaquil, en Ecuador, un lugar de culto a la advocación difundida por santa Faustina Kowalska, puesto en marcha en 2007. También en tierra ecuatoriana el Papa acompañará a los jesuitas en una de las iglesias más admiradas por los quiteños: la Iglesia de la Compañía. No podía faltar el lugar de culto más concurrido del país: el santuario de la Virgen del Quinche, imagen que, según cuenta la leyenda, era ya venerada por los indígenas en el siglo XVI.
Otra de las imágenes marianas más reconocida dentro y fuera de América Latina, la Virgen de Caacupé, en Paraguay, será parte de la ruta papal. La imagen, tallada por un indio guaraní con la madera del árbol que le resguardó de unos vecinos enfadados, lleva cuatro siglos cuidando de los paraguayos. Miles de fieles peregrinan de todo el país hasta el santuario, cada 8 de diciembre, para rendir culto a la Madre.