Territorio sísmico - Alfa y Omega

Japón es un territorio sísmico. Fue aquí como comprendí de una manera muy real lo que dice Isaías: «los montes se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará».

El 11 de marzo se cumplen diez años del terremoto y tsunami del 2011. Yo me encontraba en Argentina y volví un año después. Aquel 2012 tres hermanas pasamos la Semana Santa como voluntarias en un centro que Cáritas tenía en una de las zonas afectadas.

El voluntariado consistía en visitar a personas que se encontraban refugiadas en casas prefabricadas porque habían perdido las suyas por el tsunami. Nos juntábamos en una sala común para charlar, cantar, bailar, hacer manualidades o simplemente estar. En aquel momento, los trabajos de recogida de escombros ya no eran necesarios, pero las personas todavía cargaban con mucho dolor y, sobre todo, con la soledad y el desarraigo. No podíamos hacer mucho, pero el hecho de ir y estar con ellos tomando té era un pequeño descanso. ¡Bromeaban con nuestro acento y nosotras hacíamos lo que podíamos por entender su marcado acento del norte! En esos momentos hay algo que nos une de corazón: es el lenguaje del amor, que sin palabras transmite: «Eres importante para mí».

Otra de las actividades que hice junto a otros voluntarios fue limpiar fotografías que el agua había arrastrado para devolvérselas a quienes habían perdido a sus familiares, para que al menos pudieran tener ese recuerdo.

Cada 11 de marzo se unen para rezar por las víctimas y los familiares distintos grupos religiosos en un templo histórico sintoísta en Kamakura, no muy lejos de donde vivo. Es una experiencia de comunión, donde se superan las diferencias. Y en una procesión con hábitos de todo tipo, budistas, sintoístas, ortodoxos, católicos, protestantes, se respira un poco del cielo.

Una de las heridas más grandes es el desarraigo de las personas que tuvieron que dejar sus casas y ciudades en la zona de Fukushima. El tsunami no se llevó sus casas, pero las radiaciones atómicas por la ruptura en la central nuclear ponían en peligro sus vidas. Lo peor es que, donde iban desplazados, eran discriminados por miedo a que llevaran las radiaciones. Seguimos acompañando a las personas que aún hoy sufren las consecuencias de estos desastres naturales y de los que provocan la falta de amor.