Es cierto eso de que Max Aub tiene/tenía varias personalidades; aunque no nos engañemos, nosotros mismos también. Cuando uno ha vivido mucho (y no me refiero en sentido literal —ya me entienden—), sin querer se levanta por la mañana, abre el armario de par en par, busca en los cajones y apuesta por una de sus máscaras. Ya conocen que la palabra máscara etimológicamente quiere decir persona; y puede que, hasta sin darnos mucha cuenta, después del desayuno escojamos una de las muchas máscaras que ocultamos para vestirnos mejor ese día. ¡Quién sabe!
El caso es que Max Aub es, más allá de un escritor polifacético y prolífico del siglo pasado, una singularísima persona como bien ha conseguido plasmar Jesús Cracio con esta pieza remix —por llamarla de alguna manera— repleta de poesía, de risa, de reflexión, de música y de genio.
Para empezar, no pierdan de vista eso de que el propio Max Aub se pasea por las tablas. Es sensacional reconocerle en todos y cada uno de los personajes que creó y en los que se vertió. A modo de piezas más o menos breves, se cuelan en el escenario historias de dolor, como el encuentro entre un general nazi y una judía; un popurrí de humor en tono confesional, con los testimonios esperpénticos en clara apología del asesinato; historias de exilio, de la barbarie, del baile, del amor…
Si lo que están buscando es sorprenderse con la pluma de un genio adelantado a su tiempo, o quizá no tanto, sino que perdura porque es enormemente actual; ya están tardando. Tienen que dejarse caer por la sala que lleva su nombre en las Naves del Matadero. Además por varias razones. Sepan que hay música de piano en directo, ¡una delicia!; la escena nunca se queda sola, siempre las prisas por contar y la energía fluyen de punta a punta; además, se embarcarán en un camino (con raíles de tren incluido), pues la obra se plantea como un peregrinaje por la vida del escritor, que bien puede ser la de cualquiera de nosotros (…).
No sé si saben que a Max Aub le debemos mucho. De padre alemán y madre judía, estuvo en España solo veinte años, pues tuvo que abandonarla para exiliarse a México y escapar así de una muerte segura durante la guerra civil española. Pero —repito— a Max Aub le debemos mucho, y no solo por ser un visionario o un transgresor, sino también porque se dedicó a guardar los recibos de una de nuestras obras pictóricas más representativas, El Guernika, que después de ser salvada del pasto del odio en los años treinta de nuestro país, pudimos con esos papeles, reclamar a Estado Unidos la propiedad del mismo. ¡Cuánta ingratitud…!
Si con esto y con todo aún no han encontrado motivos suficientes para dejarse atrapar por la magia del teatro, piensen que estamos en deuda con el escritor por estos silencios tediosos que a veces la crítica se permite. Además, el resultado del estudio de Jesús Cracio es francamente bueno, más aún, muy acertado. Nos presenta a un Aub con una ironía trágica que le caracterizaba y una necesidad de búsqueda constante que le persuadía.
Imagino igual a Cracio y a su equipo, actores consagrados y con ganas de sobredimensionar lo que tocan. Un regalo. Marta Belenguer, Juan Calot, Marc Clotet, Miranda Gas, Julián Ortega, Carmen del Valle y Celia Laguna al piano. (Me gusta nombrarlos siempre. Gracias a ellos las obras se perpetúan. Se merecen, al menos, este gesto).
Vayan a ver la obra. Vayan a vivir la obra. Vayan a pensar la obra. A dibujarla, recrearla, rememorarla.
★★★★☆
Matadero Madrid (sala Max Aub)
Paseo de la Chopera, 14
Legazpi
OBRA FINALIZADA