Tenemos que estar con las víctimas
Queridos hermanos y hermanas,
Las informaciones que hemos conocido sobre varias denuncias que afectan a sacerdotes de la Diócesis nos llenan de tristeza y preocupación. Son unos hechos muy graves que nos afectan a todos como comunidad eclesial y que el Tribunal Eclesiástico de nuestra Diócesis está investigando. Por eso os escribo estas letras a fin de compartir con vosotros aquellos criterios que en este momento puedan ser útiles para situarnos ante estos hechos y también para invitaros a una oración más intensa por todos los implicados en estos hechos y por toda nuestra Diócesis, porque todos nosotros somos seguidores y testigos de Cristo, a pesar de las sombras presentes entre nosotros.
Ante cualquier abuso a un menor, nosotros tenemos que estar al lado del menor que ha sufrido el abuso, y mantener una tolerancia cero con quien ha abusado. Todo abuso destruye la dignidad de los menores, y deja en ellos una herida que es fuente de sufrimiento. Un comportamiento, por desgracia, presente en nuestra sociedad, tal y como ponen de relieve los diversos procesos judiciales que conocemos por los medios de comunicación.
En la medida en que los hechos que hemos conocido durante esta semana pasada pudieran ser probados, no hay duda de que estaríamos ante unos comportamientos que se alejan radicalmente de la misión propia de quien ha sido puesto como pastor que debe cuidar a aquellos que se le han confiado. Hay que buscar la verdad, porque solo la verdad salva.
En esta hora difícil todos experimentamos una gran preocupación y rechazo ante comportamientos que destruyen la confianza sobre la que se edifica nuestra vida como miembros de la Iglesia, y la relación educativa, especialmente con aquellos que están en proceso de crecimiento, los menores, los más sensibles y vulnerables.
Los cristianos sabemos que somos pecadores, pero no queremos ser corruptos. Y sería una corrupción inaceptable olvidarnos de aquellos que han sido víctimas de abusos. Necesitamos dejar que la luz que es Cristo ilumine las heridas. Así tendremos el coraje de estar al lado de la víctima y, al mismo tiempo, ofrecer ayuda a quienes, con su comportamiento, puedan haber cometido un acto injusto y rechazable.
Ciertamente, en este momento, y mientras los hechos denunciados no sean probados definitivamente, debemos esforzarnos por garantizar el derecho a la presunción de inocencia de aquellos que han sido acusados. Muchos podemos dar fe también de sus cualidades, esfuerzos y trayectoria personal.
Queridos todos, en esta hora de dolor no debemos perder el sentido de nuestro vivir como cristianos. Los males que experimentamos, como nos recuerda el Papa Francisco, «no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rm 5,20)» (Evangelii Gaudium, 84).
Unidos en la oración, en la búsqueda de la verdad y en la salvaguarda de los derechos de los implicados.