«Tenemos que declarar la guerra al suicidio como sociedad»
La Asociación de Ministros Católicos de Salud Mental, que colabora en el último Vídeo del Papa, tiene como objetivo romper el estigma que rodea a la enfermedad mental
Katie era una joven llena de dulzura, preocupada siempre por hacer brotar las sonrisas ajenas. Jugaba con pasión al fútbol. Era divertida y brillante. Estudió Economía y se especializó en Recursos Humanos, para ayudar a la gente a encontrar trabajo. El diagnóstico de bipolaridad era tan solo un incómodo intruso en su vida. Sin embargo, acabó por engullirla. Se suicidó con 29 años. «Hasta ese día no supe de verdad lo qué era el dolor. Ruth y yo esperábamos que nunca ocurriese», recuerda su padre. Pero éramos conscientes de que la enfermedad podía abrir esa puerta. Cuando lo supe, golpeé con todas mis fuerzas la mesa de la terraza hasta que me quemaba la mano del dolor. Después, me fundí en un torrente de llanto con mi esposa. Solo el amor nos salvó más tarde». Si algo aprendió aquel día Ed Shoener, diácono de la Iglesia católica, es que la muerte no tiene la última palabra. Pocos meses después de perder a su única hija, dio vida a un proyecto para ayudar a entender qué son las enfermedades mentales. Nació así la Association of Catholic Mental Health Ministers (Asociación de Ministros Católicos de Salud Mental) que ha colaborado con la iniciativa El Vídeo del Papa de este mes de noviembre –sobre salud mental–, y cuya labor es brindar apoyo espiritual a las personas con este diagnóstico, a sus familiares y amigos, y sacudir los prejuicios y el rechazo social que habitualmente provoca. «Los que conviven con una enfermedad mental son identificados con ella. Se dice “este es bipolar” o “es esquizofrénico”. Se arrastran estereotipos erróneos que son hirientes. En ningún caso estas personas deben ser tratadas como si tuvieran un defecto moral o un fallo en el carácter», asegura.
Shoener no niega que su familia no tuviera dificultades, pero incide en que la mayor parte de los obstáculos brotaron del agujero negro creado por la mala fama que arrincona a estas personas: «Es frustrante darse de bruces constantemente contra la ignorancia y el miedo, que son los que causan la discriminación. Es una injusticia terrible. En la asociación rezamos y hacemos lo posible para visibilizar la salud mental y cortar de raíz las etiquetas». En definitiva, trabajan para que los que sufren este tipo de trastornos no tengan que luchar también contra los efectos del estigma social. Su hija Katie era metódica con las medicinas. Visitaba al psiquiatra con frecuencia y se tomaba muy en serio su enfermedad. Aunque a veces le jugaba malas pasadas. Sufría crisis de euforia. Insomnio. Tenía que lidiar con frecuencia con un carrusel de emociones internas que le decían que era una mala persona. Los brotes maniacos adoptaban distintas formas: tristeza, angustia, ansiedad, desesperanza, miedo… Con todo, gracias al tratamiento, logró vivir de forma «estable» y «ser responsable de sus actos»; en definitiva «conducir una vida buena». «Si la hubieras conocido, nunca hubieras dicho que sufría graves problemas de salud mental», señala.
Formación en las parroquias
Parte de la solución pasa por borrar las marcas que se asocian a esta condición, pero también por invertir recursos para que nadie más se vea abocado a quitarse la vida: «Tenemos que declararle la guerra al suicidio como sociedad, como hacemos con el cáncer y con otras enfermedades». El Papa ha hecho suyas sus preocupaciones y este mes de noviembre ha pedido oraciones por las personas que sufren depresión, que «están desesperadas» y se sienten «desbordadas por el ritmo de la vida actual». Francisco ha abordado el tema con suma delicadeza al pedir que estas personas estén «acompañadas psicológicamente» y sean escuchadas «en silencio».
Shoener trabaja codo con codo con el obispo auxiliar de San Diego, John Dolan, capellán de la asociación, quien también sufrió el drama del suicidio en su familia: dos hermanos y un cuñado se quitaron la vida. Juntos firman el libro A pastoral handbook for catholic leaders (Responder al suicidio: un manual pastoral para líderes católicos), para que el clero pueda testar la experiencia real que prueban las familias que han sufrido esta desdicha y explicar lo que dice el magisterio de la Iglesia. Ambos imparten formación en diferentes entidades eclesiásticas para ayudar a las comunidades católicas a acoger mejor a estas personas y a sus familias, y a tumbar los muros que separan la sociedad de esta realidad. «Hay que romper el tabú de los problemas de salud mental, incluyendo el suicidio. Solo así reduciremos el estigma y será más fácil buscar ayuda», asegura Shoener, que da conferencias contando su propia experiencia. «Nuestra esperanza es que la pastoral sobre salud mental se extienda a todas las parroquias católicas de todo el mundo». Una tarea fundamental en vista de los datos de la OMS que adelantan que, en 2030, los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el mundo.