Sorolla: el mar, como fuente de inspiración. El pintor que sabía mirar el mar - Alfa y Omega

Sorolla: el mar, como fuente de inspiración. El pintor que sabía mirar el mar

La exposición Sorolla, el color del mar reúne 66 pinturas de la propia colección del Museo Sorolla, en las que podemos asomarnos al tema favorito de este artista y, de paso, entender los motivos por los que el mar se convirtió en su gran fuente de inspiración. La muestra estará abierta al público hasta el próximo 20 de octubre, en la antigua casa del pintor, el actual Museo Sorolla, en Madrid

Eva Fernández
Nadadores, Jávea.

Nombrar a Sorolla es oler el mar. En su paleta de colores siempre estaban los azules, blancos, dorados, verdes y violetas que salpican las playas mediterráneas o cantábricas. El mar, siempre el mar. Una auténtica pasión que le llevaba a montar su caballete sobre la orilla –a veces, incluso tocando las aguas– y pasarse horas y horas en plena lucha con su lienzo, hasta que conseguía reflejar los distintos matices de las aguas del mar según las horas del día. En 1907, Joaquín Sorolla escribía a su mujer, Clotilde: «¡El agua era de un azul tan fino! Y la vibración de la luz era una locura. He presenciado el regreso de la pesca: las hermosas velas, los grupos de pescadores, las luces de mil colores reflejándose en el mar. Me proporcionaron un rato difícil de olvidar». Son unas letras que explican esa atracción que el pintor valenciano sentía por el mar y que ahora puede disfrutarse en la exposición Sorolla, el color del mar, formada por fondos del Museo y que se compone, principalmente, de pinturas y pequeñas tablas o cartones en los que Sorolla tomaba apuntes del natural, como si se tratara de un peculiar cuaderno de notas, que en ocasiones alcanza la perfección de una obra acabada.

El visitante de esta muestra podrá comprobar que no existe un solo reflejo de los tonos que la luz vuelca sobre el mar que no haya sido recogido por el pincel de Sorolla. Siempre quiso pintar al natural, y es precisamente en lo que el llamaba pintura a pleno sol –casi siempre de su Valencia natal– donde descubría los reflejos y transparencias que el agua deja en la arena, o los distintos blancos de la espuma marina. Sus pupilas lograron captar el siempre cambiante movimiento de las olas y, a golpe de pinceladas, consiguió que la propia pintura arrebatara el protagonismo a la escena que quería representar. Lo observamos en lienzos como Mar y Mar de Jávea, piezas fechadas en 1905.

Los cuadros de Sorolla trasmiten optimismo y alegría de vivir. La luz llena todo el lienzo, los colores son brillantes y casi resulta imposible que el alma no sonría al sentir la belleza de un mar pintado por Sorolla. En Pescadora con su hijo, Valencia (1908), se aprecian algunas de las características habituales de su pintura: la luz mediterránea, la pincelada larga y suelta, el brillo de los colores, el protagonismo del color blanco y la intensidad de sus sombras. Lo comprobamos también en Cap Martí, Jávea (1905).

De Velázquez aprendió a alargar el plano del suelo para crear una continuidad en el espacio, como sucede en Las Meninas, y así eliminar el horizonte para que la vista no se pierda. En Nadadores, Javea (1905), observamos una vez más el brillante estudio de la luz de la mañana sobre los cuerpos de unos niños bajo el agua.

150 años del nacimiento de Joaquín Sorolla

El 27 de febrero se cumplieron 150 años del nacimiento de Joaquín Sorolla. Antes de fallecer, en la localidad madrileña de Cercedilla, el 10 de agosto de 1923, como consecuencia de una apoplejía que tres años antes le había impedido volver a pintar, se aseguró de ceder al Estado español tanto su casa como parte de la colección, con la condición de abrir un Museo que hoy es el principal centro de referencia de su obra, junto al Museo de Bellas Artes, de Valencia, y la Hispanic Society, de Nueva York.

Sorolla nos cedió su hogar como símbolo de otra de sus grandes pasiones, la familia. Cuando viajaba, escribía a su casa hasta dos veces al día. Necesitaba sentirse rodeado por los suyos, quizás porque el cólera le arrebató a sus padres cuando el sólo tenía dos años. Fue cuidado por un tío, al que siempre quiso como un padre, y que, aunque intentó inculcarle su oficio de cerrajero, descubrió muy pronto que tenía unas dotes únicas para la pintura.

En 1888, Joaquín Sorolla se casó con su novia de siempre, Clotilde García del Castillo, la mujer que reafirmó su amor por la familia y que protagoniza muchas de sus pinturas. En María en la playa de Biarritz (1906) es la figura de su hija mayor la que compite con el reflejo de la luz del atardecer. En las playas del norte, Sorolla encuentra una luz más tenue, que favorece los contraluces. Lo comprobamos en El Ratón. Guetaria (1908), donde asoman las aguas limpias y transparentes del Cantábrico.

Recorrer la exposición Sorolla, el color del mar es abrir un balcón con vistas al mar. En otra de sus innumerables cartas a su mujer, Sorolla escribía: «Tengo un hambre por pintar como nunca he sentido; me lo trago, me desbordo, es ya una locura»: una confesión del pintor enamorado, que supo robar la luz del mar y encerrarla en sus cuadros.