Sólo por amor - Alfa y Omega

Jueves

«Como Dios-Hombre, [Jesús] es la Alianza personificada. [El Cuerpo de Cristo] tiene de nosotros el conocimiento perfecto; estamos totalmente al descubierto para Él y, a través de Él, lo estamos ante Dios. Es el misterio de la Eucaristía, tan poco valorado y tan trivializado por muchos teólogos y predicadores. El cuerpo de Cristo sabe lo que los hombres le han hecho, cómo le han maltratado: de qué modo sus culpas se han desfogado en Él.

Él es nuestra víctima, pero al mismo tiempo nos convierte en víctima suya, ya que nos presenta en sí mismo ante Dios, ofreciéndonos a Él de tal manera que el Padre ya no puede mirarnos desde otra perspectiva que no sea la de su Hijo que se entrega. Y éste es el conocimiento definitivo que Dios tiene de nosotros.

(Que nadie se sienta falsamente escandalizado ante la palabra sacrificio. La autoentrega del Hijo es el único sacrificio verdadero, suficiente y eternamente duradero, ofrecido a Dios de una vez para siempre. También nosotros somos ofrecidos a condición de que nos incluyamos en el sentimiento y realización de este sacrificio. No hay aquí nada que desmitologizar)».

Hans Urs von Balthasar
en ¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?, que ha reeditado Herder

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Viernes

«Sobre la cabecera de mi cama hay un crucifijo muy grande… La verdad es que nunca, Jesús, me he visto tan cerca de tu figura. Dime: ¿dónde tienes los bolsillos? ¿Con qué te abrigas si hace frío? ¿No te va a dar fiebre si hasta has despilfarrado toda la sangre?

Todo lo que pienso y eres viene a resumirse en tu mano. Yo, ahora, te cojo con mucho mimo por la muñeca y ya no veo sino el tremendo hoyo que te han hecho. Es como una alcancía al revés, donde las monedas salen y andan fuera como Juan por su casa. Lo que quiere decir que el que se asome a tus heridas ha de contar ya con que eres un hombre sin blanca.

Como toda la riqueza se ha escanciado por ahí, tu llaga tiene un aire dulce y rumoroso de caño de fuente en el bosque, y es perfectamente redonda, como una hostia, como una ofrenda, como la sublime inmolación que realmente es.

Manirroto mío, loquito despilfarrador, yo quiero vivir también tu alergia a los bancos; ser lo mismo de dilapidador del corazón que Tú; parecido a esa criatura que se arranca las ilusiones y los deseos, los sube hasta lo alto para que el Padre los acepte sonriendo y luego deja que se derramen por las palmas para que se siembren y germinen bajo los pies de los hombres».

Manuel Lozano Garrido, Lolo
en el artículo Tu palma agujereada, un símbolo, publicado en 1963 en Prensa Asociada
(La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó, la pasada semana, que el texto se utilice en el día de su memoria litúrgica del Beato, el 3 de noviembre. Es la primera vez que un artículo de periódico se incluye en la Liturgia de las Horas)

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Sábado

[Habla la Virgen:] Conocía la noche de la fe, pero nunca creí que fuera tan profunda. Pero ¿por qué se ha de salvar siempre con sangre? ¿Es que son tan hondos los pecados del hombre? No, no le hubierais reconocido ayer si le hubieseis visto subir por la pendiente. Las madres sí; olemos a los hijos desde miles de kilómetros, porque no es verdad que salgan nunca de nosotras. Están fuera, caminan, lloran, triunfan, viven, pero no es verdad; siguen estando dentro. Ayer, el Calvario estaba más en mi seno que en Jerusalén. Clavaban dentro, martilleaban dentro.

Por eso no hubo nadie junto a Él. Juan, Magdalena… todos estaban sin estar. Y hasta el Padre se fue y nos dejó solos.

Pero hubo algo más horrible todavía, algo que no he logrado entender, que acepto a ciegas sólo porque Él lo hizo: ¿por qué no me miró?; ¿por qué no se volvió hacia mí? Creédmelo: esperé hasta el último minuto su mirada. Y no me la dio. Vi doblarse su cabeza y supe que pensaba en quienes le habían abandonado: el Padre y los hombres. Fue entonces cuando yo di mi vida.

Después de muerto volvió a pertenecerme. Quitando sangre, espinas, barro, fui reconquistando su cuerpo. Y, si cerraba los ojos, podía pensar que le estaba lavando otra vez, como cuando era niño.

José Luis Martín Descalzo
en Apócrifo de María, reeditado
por Ediciones Sígueme