Sólo la familia llena la vida - Alfa y Omega

Sólo la familia llena la vida

Alfa y Omega

«Mi abuela Ángela hace una comida muy rica, y me enseña oraciones», le dijo al Papa Francisco la pequeña Federica, en la preciosa fiesta de las familias, el pasado sábado, en la Plaza de San Pedro, y el Papa no sólo preguntó a tantísimos niños allí presentes si sabían hacer la señal de la Cruz: inmediatamente se puso a hacerla con todos y a rezar juntos. No se trataba, como en toda la peregrinación de familias de todo el mundo a la tumba de san Pedro, de hablar de la oración y hacer discursos sobre la familia, sino de rezar y de experimentar la alegría de ser familia, nada más, ¡y nada menos!, y sin estar con Dios y hablar con Él es imposible esta alegría, la única verdadera alegría.

Y también, lógicamente, tiene que ser verdadera la oración. Lo explicó bien el Papa el domingo, al hilo del Evangelio del día, poniendo delante de todos «dos modos de orar, uno falso –el del fariseo– y el otro auténtico –el del publicano–», que acude a Dios no creyéndose lo que no es: autosuficiente, sino reconociendo lo que es: necesitado; no puede estar solo, necesita la familia. Lo primero que presentó el Papa fue a la familia que ora, y preguntó a las familias: «¿Rezáis alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen –continuó el Papa–: Pero ¿cómo se hace?». La respuesta llevó los ojos de todos a la escena evangélica: «Se hace como el publicano, es claro: cada uno con humildad se deja ver del Señor y le pide su bondad, que venga a nosotros». Y vuelve la pregunta: «Pero en familia, ¿cómo se hace? Porque parece que la oración sea algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo, en familia… Sí, es verdad, pero también es cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y todas las familias –subrayó el Papa– tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón».

Y también, a diferencia del fariseo que en su autosuficiencia no se deja iluminar por la fe, la familia conserva la fe, como san Pablo, según proclamó la segunda lectura de la Misa, que al final de su vida puede decir: «He conservado la fe». Y el Papa Francisco habló muy gráficamente: «¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo perezoso. San Pablo ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, embalsamar el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado». Es la misma entrega que se vive en la familia: todo se tiene porque se da. Y precisamente en el dar está la verdadera alegría.

Era la palabra conclusiva, pero siendo Palabra de Dios era palabra abierta de par en par a la esperanza, dirigida a la familia, la familia que vive la alegría. Así se lo dijo el Papa: «Queridas familias, lo sabéis muy bien: la verdadera alegría que se disfruta en la familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas», es decir, viene del amor. Ya lo había dicho la tarde del sábado: «Trabajar cansa; buscar trabajo es duro. Y encontrar trabajo hoy requiere mucho esfuerzo. Pero lo que más pesa en la vida no es esto: lo que más cuesta de todas estas cosas es la falta de amor». Ya pueden unos padres dar a su hijo cosas y cosas, ya pueden unos padres dar a los abuelos la mejor residencia, llena de cosas y cosas, que si no se dan ellos mismos, si no hay verdadera familia, no será posible ni la alegría ni la esperanza. Porque, como ya dice el primer libro de la Biblia y en su primera página, «no es bueno que el hombre esté solo».

La soledad autosuficiente del fariseo conduce a la perdición. Sólo el necesitado que vive el don precioso de la vida recibida, el don de los dones que es la familia, alcanza la alegría sin fin y la esperanza cumplida. Y ese Don, hecho carne y sangre en la Familia de Nazaret, es la referencia indispensable para todo ser humano. En su Mensaje a las familias reunidas en la madrileña Plaza de Colón para celebrar la Misa, en la fiesta de la Sagrada Familia, del año 2011, el Papa Benedicto XVI les recordaba que se habían reunido «para dar gracias a Dios por este gran misterio que ilumina todo hogar cristiano y dar muestra a la Humanidad entera de esperanza y alegría». Sí, el hogar de Nazaret ilumina a todos los hombres. Sencillamente, porque no hemos sido creados como individuos aislados, sino a imagen de Dios, ¡y Dios es familia! ¡Ha venido a estar entre nosotros como familia! El icono de la Presentación de Jesús en el Templo, que presidía las celebraciones de estos días en la Plaza de San Pedro –como se ve en la foto–, lo dejaba claro: «La escena nos muestra –decía el Papa Francisco– el encuentro de tres generaciones»: los ancianos Simeón y Ana «representan la fe como memoria. Y os pregunto: ¿escucháis a los abuelos? ¿Abrís vuestro corazón a la memoria que nos transmiten los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo. Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de todas las promesas». Sí, sólo la familia llena la vida.